martes, 27 de abril de 2010

LA ACCIÓN DEL HOMBRE


Una piedra de bordes afilados contemplaba el paisaje desde el desfiladero rojizo donde se hallaba.
De pronto, algo cayó justo al lado suyo.
Se trataba de un guijarro de cantos redondeados que parecía aturdido por algo.
“Buenas.” Saludó la piedra afilada.
“Eh, hola.”
“No eres de por aquí ¿no?”
“Creo que no.”
“No pretendo ser desagradable pero… ¿De donde demonios has salido tú?”
“Bueno… realmente no lo sé.”
“El golpe debe haberte dejado conmocionado… seguro que dentro de un rato te acuerdas de todo.”
“Recuerdo que estaba en la orilla de un río… Recuerdo una mano humana… Recuerdo volar… Recuerdo un bolsillo… Recuerdo volar nuevamente… y luego, solamente recuerdo caer aquí.”
“Es más o menos la misma historia que me contó aquel ladrillo. Debéis ser parientes… en fin, disfruta de la vista… vas a estar aquí mucho tiempo.”
Se hizo un silencio incomodo.

martes, 20 de abril de 2010

EL GLORIOSO SABOR DE UN PUDIN DE NUECES

22 de febrero de 1990

Diego Sánchez Maldonado nace en Madrid, en el pequeño apartamento de sus padres. Su padre, resignado ante la tardanza de la ambulancia, asiste el parto. El niño viene al mundo veloz y sin complicaciones, siendo esto doble motivo de satisfacción para su primeriza madre.

22 de febrero de 1994

Antes de ir a la guardería a buscar a Diego, la madre para en una pastelería a comprar una tarta para el niño de sus ojos. Nata con fresa, chocolate, chocolate y nata, crema, vainilla, almendras y nueces. Al final la decisión queda entre la tarta de almendras caramelizadas, que huele tan bien, y el de chocolate, demasiado empalagoso a la vista como para dejarlo pasar. ¿Ha probado Diego las almendras? No está segura, pero al crío, como a ella, le pirra la nata.
Sea el pastel de merengue.

1 de noviembre de 1997

Diego muerde con avaricia su bocadillo de jamón en el recreo. El niño no mastica, prácticamente engulle la comida cual ave piscívora. "Te vas a ahogar", le dice Roberto, su amigo con el que juega a Doc y Marty. Diego hace oídos sordos y pega otra dentellada.
Entonces Roberto saca un paquete de pistachos y lo abre. "Mi mamá no me deja comerlas. Dice que engordan y que no quiere que engorde. Pero a mí me gustan. Están ricas. Y mi abuela me esconde un paquete en la mochila todas las mañanas sin que mi mamá se entere". "¿Puedo probarlas?", pregunta Diego. "Sí, toma coge".
Diego deja su bocadillo en el regazo y tiende la mano.
"¡Diego! ¡Partido! ¡Partido!", grita Alfredo.
Diego gira la cabeza y ve a su otro amigo, el feo de la clase, llamándolo. Al fondo los demás niños han construido unas rudimentarias porterías con sus chalecos y juegan con una pelota.
"¿Quién os ha dado el balón?".
"¡El profe!"
Así, Diego sale escopetado hacia el improvisado campo de fútbol, dejando a Roberto con sus pistachos.

26 de diciembre de 2001

Suenan villancicos. Las calles a rebosar de personas con bolsas y bolsas llenas de regalos. Diego pasea con su madre por las calles del centro, buscando una nueva corbata que papá mirará con fingida sorpresa el próximo 6 de enero, cuando de pronto un poderoso y suculento olor le golpea la pituitaria. Pregunta a mamá qué es lo que huele tan bien y ella le señala un carrito blanco desconchado, con una especie de chimenea por donde sale humo blanco. Un gitano remueve el contenido de una olla puesta al fuego y rellena unos cucuruchos de papel con algo.
Vuelve a preguntar qué es eso y su madre le responde: "Castañas asadas".
El niño no sabe lo que es, pero tiene claro una cosa. Las quiere probar. Las probará.
"Quiero castañas, mamá".
"No, hoy no".
"Quiero castañas".
"Que te he dicho que no".
"Pero yo quiero comer castañas".
"Otro día".
Diego mira el gesto maternal y entiende que su progenitora ha tomado una decisión. No habrá castañas ese día. Entonces el niño toma venganza y empieza a llorar. Llanto, pataleo, penas de la vida. La gente mira. Mamá pasa vergüenza.
"Ya eres mayor para esto".
Ahora es Diego quien pasa vergüenza.

5 de mayo de 2004

Un nutricionista ha ido al instituto a dar una charla sobre alimentación. Al parecer, la obesidad es la pandemia de la Era Moderna y hay que ponerle fin. Diego piensa que esa es una de las mayores gilipolleces que ha oído en su corta vida y deja de prestar atención al conferenciante, que acaba de iniciar una presentación en PowerPoint. Saca su movil y se pone a mandar sms a sus colegas, sentados en zonas diferentes en el salón de actos.
Rubén, el profesor de Ciencias Sociales, le descubre y le pide el teléfono. Diego se niega, pero Rubén se impone y se lo quita. "Te lo devolveré al final de la mañana".
Aburrido, a Diego no le queda otra que buscar entretenimiento en la charla. Ahora ve unas gráficas sobre lo que está bien comer y lo que no. Ahora fotos de campos de cebada. De campos de trigo. De campos de arroz. Un saco de avellanas.
Avellanas.
Diego se da cuenta que jamás en su vida ha comido avellanas. De hecho, jamás ha comido ningún fruto seco, de ninguna clase. Tiene 14 años y nunca ha probado un mísero cacahuete.
El muchacho piensa que eso es todo un record y se siente tan orgulloso que decide convertirlo en una marca de su personalidad. "Hola, soy Diego, y jamás he comido ni comeré frutos secos. No es una absurda decisión adolescente. Es que soy así de original".

12 de julio de 2008

Sale del cine con Miriam. Acaban de ver Hero, de Zhang Yimou.
A ella le pirra todo lo oriental. Manga, anime, tamagochis... Le pregunta a Diego si le ha gustado la película y él responde que sí, que bastante más que Tigre y Dragón, pero que aún así no es su estilo de peli. Ella pregunta a qué se refiere y él contesta que no sabe. Que sabe que estas películas son como un cuento, pero que a él últimamente le apetece ver cosas que mantengan un poquito los pies en la tierra.
Mientras el muchacho habla de lo que le apasiona el cine negro, Miriam abre un paquete de pipas y empieza a comer.
"L.A. Confidential es, posiblemente, mi película favorita", dice Diego.
"Ahá... ¿quieres pipas?".
"Oh, no gracias. No como frutos secos".
"¿Y eso? ¿Eres alérgico?"
"No, no es eso... es así como... una manía".
"No te entiendo".
"Un día descubrí que no había comido frutos secos y decidí mantenerlo así".
Ella le mira a los ojos, divertida.
"Ven", dice, y le besa.
Un beso tan suave e intenso que ella se afloja y el paquete de pipas se le cae de las manos, desparramándolas todas por el suelo.

16 de diciembre de 2010

Menú de la cena de empresa.
Entrantes: Pan con Salmorejo y Jamón, Chacinas Varias.
Primer Plato: Sopa de Marisco.
Segundo Plato: Solomillo de Cerdo al Whisky.
Postre: Pudin de Nueces.

Normalmente Diego no es muy fan de las comidas multitudinarias, pero se lleva muy bien con sus compañeros de la Fnac y hoy se lo está pasando fenomenal. Hace un par de semanas que ha roto con Miriam y no ha salido de casa desde entonces, así que recibe el cambio de aires con bastante entusiasmo.
Pide al camarero que, si es tan amable, le traiga un palillo de dientes, ya que se le ha quedado un trozo de solomillo entre dos muelas y le está molestando mucho y despúes devuelve su atención al surtido de chistes de Manu.
"Gritó el capitán ¡Abordad el barco! y el barco quedó monísimo".
Mientras ríen la ocurrencia, el camarero trae un botecito con palillos de dientes y la primera tanda de postres.
"Tome", le dice a Diego. "Ahora le traigo a usted su pudin".
Los demás no esperan y empiezan a comer.
"Madre de dios, esto está buenísimo", dicen.
En ese momento Diego se replantea su vida. Pudin de Nueces. Fruto seco. Ya es hora.
20 años. Universitario. Trabajador. Doliendo su primera ruptura. Ya es todo un hombre. Ya es hora.
El pudin es puesto ante él. Coge la cucharilla y sonríe. Ataca. Se mete el primer pedacito en la boca.
Su cerebro dice "Mmm... glorioso".
Y al tragar, su cuerpo dice "¿eh?".
Y Diego cae, muerto, sobre el pudin, sin saber que ha sufrido un fatal shock anafiláctico debido a una potente alergia a los frutos secos.

viernes, 16 de abril de 2010

LA VENGANZA

Una casa de madera, tosca y rudimentaria, pero sólida y bien montada. Allí vive un Señor con Sombrero de Copa, que pasa las tardes sentado en el porche, viendo lloviznar sobre la alta hierba.
Ahora abre los ojos, recien despertado de una siesta involuntaria, y se encuentra con que ha dejado de caer aguanieve y el sol pega fuerte. Es el momento ideal para dar una vuelta, así que entra un segundo en casa para cojer su abrigo de caminar y se lanza a un largo paseo sin destino concreto.

Sus pies le llevan hasta los rápidos del río, cerca de la zona en la que tiempo atrás se dedicaba a buscar oro sin éxito.
"No malgastes tu tiempo. Allí no hay oro", le decían.
Y no habia.
O al menos él tampoco encontró nada.
Buscó y buscó durante años y nada de nada.
Lo que sí encontró un día fue un huesudo cadaver bajo un árbol, junto a un rifle y una nota escrita con sangre (pero con una sorprendentemente exquisita caligrafía).
"VENGA MI MUERTE Y RECIBIRÁS UN FABULOSO REGALO SORPRESA"

Sin más indicaciones, el Buscador de Oro con Sombrero de Copa no supo jamás resolver el misterio del cadaver. ¿Quién sería el asesino? ¿Cómo encontrarle si no había ni una sola pista que seguir ni investigar? Entre los huesos no había nada que señalara tampoco la identidad del fallecido. Así pués, no tenía ni idea de a quién tenía que vengar.
Avisó a las autoridades, quienes se llevaron los restos del desgraciado y lo enterraron en una fosa común junto a otros John Doe. El rifle y la nota se las quedó de recuerdo.

Años más tarde, habiendo acabado la fiebre del oro, se encontraba ganándose la vida como cocinero en un bar. Su especialidad era el filetón de ternera con salsa dulce y para probarlo venía gente de todas partes. Un día estaba a lo suyo, macerando filetes, cuando escuchó jaleo en el comedor. Cuando se asomó, vio a un hombre tirado en el suelo, con las manos en el cuello, que se ponía rojo por momentos, luego morado. El pobre diablo no había masticado adecuadamente y se había atragantado, muriendo con un extraordinario y audaz sabor a dulce y salado en el paladar.
Fue una tragedia para el local. Durante unos días se vieron obligados a cerrar, ya que a todos se les cortaba el apetito al recordar la escena del tipo asfixiandose y nadie quería comer allí. Se maldecía el Cocinero con Sombrero de Copa de su suerte cuando, una noche al volver a casa, se encontró con una gran caja envuelta con un lazo del que colgaba una tarjetita:
"GRACIAS"

Al abrir el paquete, se encontró con las escrituras del valle donde años antes había estado buscando oro, junto con cantidades ingentes de billetes de todos los colores.

Recuerda todo esto ahora el Señor con Sombrero de Copa, mientras mira el árbol donde se encontró tiempo atrás con los huesos misteriosos que le solucionaron la jubilación.
"Fíjate cómo es la vida", dice, hablando solo, y dándose la vuelta para volver a su casa de madera tosca y rudimentaria, pero sólida y bien montada, ahora que ha empezado a llover de nuevo.

jueves, 15 de abril de 2010

LUCERNA ARANEOMORPHAE

El Marqués murió y no dejó herederos, por lo que su palacio quedó cerrado durante años y los organismos públicos pertinentes nunca llegaban a decidir que hacer con el edificio. Debido a ese abandono, lo salvaje dominó el lugar y las lámparas de araña se convirtieron en las dueñas de la fauna mobiliaria.

Al principio sólo estaban las grandes de los salones de baile y las de las estancias más importantes, de tamaño más reducido, pero poco a poco se fueron haciendo con las habitaciones principales, las enormes escalinatas de mármol y un par de pasillos llenos de retratos.
Se alimentaban usando una técnica muy evolucionada: tejían unas finísimas telas de oro blanco y plata de las que colgaban exquisitos cristales diamantados a modo de cebo. Entonces solamente tenían que aguardar a que el sabroso polvo cayera en su poder. El alimento allí era abundante y las lámparas solamente debían extender sus trampas para capturar grandes cantidades, como si de ballenas estáticas cazando crill se trataran.
Pasó el tiempo y la vida prosperó. Con la seguridad del polvo ilimitado, podían dedicarse a procrear sin temor alguno a depredadores, por lo que las crías crecieron sin dificultad alguna. Las lámparas de araña daban a luz otras lámparas más pequeñas y de diferentes formas y variedades, como flexos, lámparas de escritorio europeo, pequeños focos halógenos, lamparillas para baño, de mesita de noche, de pinza para libros, etc. Incluso surgieron también nuevas y esbeltas lámparas de arañas que trepaban hacia el techo de nuevas y oscuras salas cuando alcanzaban la edad adulta.
Tal expansión de la especie y de sus razas pronto provocó el declive de su competidor más encarnizado: el candelabro. En menos de cinco años, la inmensa población disminuyó tanto que ya solamente quedaban de ellos huesudos brazos que sostenían tristes velas enteras o a medio derretir, sangrando ríos de cera e implorando por una mano humana que les diera la ansiada chispa. Pero la selección natural había obrado y ya no había nada que hacer...
El reino de las lámparas de araña devoradoras de polvo y sus subespecies llegó a dominarlo todo; un poderoso y rico imperio animal que sólo conocía sus límites en las paredes del palacio.

Entonces fue cuando llegó la tragedia medioambiental.

Al parecer, el ayuntamiento y los concejales de urbanismo, junto a expertos en patrimonio cultural, habían llegado a una importante decisión: el emplazamiento del palacio era perfecto para situar las nuevas y sofisticadas pero ineficientes oficinas locales del gobierno, pero el coste de la restauración del edificio era demasiado elevado, por lo que se llegó a la conclusión de que el derribo era lo más acertado, dejando así espacio libre para levantar el nuevo proyecto. Algo nuevo, moderno, ecológico e innovador.

De nada sirvieron las protestas de los ecologistas en favor de las lámparas de araña.
El palacio fue demolido y, con él, todo un ecosistema rico y palpitante, siendo sustituido por un vanguardista champiñón relleno de una especie exótica, preludio de una plaga invasora: la lámpara de tubo de oficina.

Epílogo

En la actualidad, existe el centro de la Lámpara de Araña, con sede en Doñana, que lucha por devolver a los pocos ejemplares que quedan a un habitat en el que puedan vivir y desarrollarse de nuevo. Se puede contribuir enviando donaciones o apadrinando una lámpara por un euro al día.
No te olvides de las lámparas de araña.
Ellas no lo harían.