domingo, 16 de mayo de 2010

La Divina Comedia: Ciudad de Cristal (I)

Es cierto. Cuando alguien me pregunta "¿cuáles son tus aficiones?" suelo responder: "enamorarme". Lo hago una o dos veces por semana. De desconocidas que veo de refilón, de chicas con las que suelo coincidir en el autobús, de mis amigas, de mis recuerdos... Son flechazos fugaces, visto y no visto, pero no dejan de ser flechazos intensos y apasionados; durante unos segundos estoy dispuesto a dejarlo todo por ella, a cambiar mi mundo y el de los demás, a montar una revolución, a crear un nuevo mundo sólo para los dos. Entonces ella llega a su parada, se baja y yo sigo escuchando canciones al azar en el Ipod.
El problema llega cuando ella se va y a mí ya no me interesa que canción estoy escuchando. Cuando ella se muda y yo no puedo seguir con mis tonterías. Cuando estoy a punto de pedir un  Big Mac y se me olvida lo que iba a decir. Cuando gira la esquina y ya no me acuerdo a donde me dirigía.
Estos rarísimos casos se han dado a lo largo de mi vida en contadas ocasiones. Cuatro, para ser exactos. Son anomalías en el curso natural de mis triviales rutinas diarias.
La última, la cuarta, fue Clara. Apareció de repente y a mí ya no me interesó nada más. No me interesó ni yo, que ya es decir.

Meses más tarde, ella no me quiso como estaba escrito en el guión y yo me lo tomé de la mejor forma que sé: jugando al Jenga con mis esquemas de vida. La torre se desplomaba una y otra vez y yo mientras me partía el pecho de risa con el delicioso whisky con Red Bull de Alex y el JB con Konga-Cola nervense.
Las cosas que pasan por no echarle suficiente cuenta al Ipod. Por eso decidí mejorar mi ya inmejorable discoteca.
Cuanto mejor sea la música, más dificil será perder la concentración cuando pase la siguiente niña bonita.
Ese era mi razonamiento de corazón cínico.

La otra noche me encontraba descargándome el último disco de Bruce Springsteen, porque había una chica que rondaba peligrosamente mi cabeza, cuando sonó el teléfono. "Malas noticias", pensé. Me levanté de la silla y descolgué en el segundo timbrazo.
"¿Sí?"
Hubo una larga pausa y por un momento creí que habían colgado, pero entonces escuché un garraspeo, seguido de una voz.
"¿Oiga?"
"¿Quién es?", pregunté.
"¿Oiga?", repitió la voz.
"Le estoy escuchando", dije. "¿Quién es?".
"¿Es usted Paul Auster? Quiero hablar con el señor Paul Auster".
"Vete a la mierda".
Era Paul Auster, intentándo colarme otra vez una de sus puñeteras bromas telefónicas. Soltó una potente carcajada que me hizo daño en el tímpano y luego me preguntó qué tal estaba.
"Delinquiendo". Humor sobre descargas ilegales por internet; soy el ingenio personificado.
"Eso está bien. Cucha, igual te parece tarde, sé que eres uno de esos que no les gusta salir a estas horas, pero me apetecía conducir y he pensado que, quizás, a lo mejor, pudiera ser que quisieras dar una vuelta en coche. O no. No sé. Nunca se sabe que vas a decir.
Pienso la cuestión muy poco.
"Good. ¿Cuánto tardas?"
"Estoy debajo de tu casa, de hecho".
El cabrón sabía perfectamente que iba a decir que sí antes de que yo mismo meditara la cuestión. Además, la verdadera gracia estaba en que yo realmente hubiera dicho que no porque no tenía ganas de salir, pero mientras estaba sentado escuchando música, había estado mirando por la ventana, pensando en lo bien que estaría variar de paisaje (No es estimulante ver día tras día el mismo bloque de viviendas feo y viejo desde tu ventana), así que cuando me ofreció el paseo, inmediatamente me visualicé a mí mismo viendo a través de mi ventana un paisaje nocturno móvil.
"Dame un momento, ahora bajo", dije antes de colgar el teléfono.
Me puse mi camiseta negra Springfield, los vaqueros nuevos Levis y mi chaqueta gris sin marca (pero con muchas cremalleras, para compensar), cogí las llaves de casa, el móvil, mi cartera de pobre y bajé a la calle. Allí estaba Auster, esperándome en su Audi A4 con el motor encendido y una sonrisa en la cara.
"Vamos, Candela".
"Voy, voy".
Rodeo el coche negro metalizado y entro en el lado del copiloto. Huele a nuevo. Huele a Best-Seller.
"¿Alguna preferencia de viaje, señor Dante?", me pregunta.
"Drag me to Hell, Virgilio".

Continuará...