Lo que ocurrió fue que el nuevo capataz ordenó sembrar por error todas las semillas juntas de las dos variedades de bayas: las comestibles y las venenosas. Un mes más tarde, cuando las plantas crecieron, nadie se atrevía a probar el fruto porque no había manera alguna de distinguir las unas de las otras.
- ¡Cerdos! – sugirió el Inteligente – Los cerdos son capaces de diferenciar una baya buena de una mala.
Así, metieron cientos de éstos en los campos de cultivo, siendo la operación un completo éxito, ya que los sabios animales devoraron todos los deliciosos frutos comestibles.
- ¡Maravilloso! – gritaron algunos.
- Sí, ahora no nos queda duda alguna de cuales son las bayas que no podemos comer – se autoexplicó el salvador de la cosecha.
- Es usted un genio – dijo, con toda la sinceridad del mundo, un crítico.
- Lo sé, lo sé, gracias.