jueves, 15 de abril de 2010

LUCERNA ARANEOMORPHAE

El Marqués murió y no dejó herederos, por lo que su palacio quedó cerrado durante años y los organismos públicos pertinentes nunca llegaban a decidir que hacer con el edificio. Debido a ese abandono, lo salvaje dominó el lugar y las lámparas de araña se convirtieron en las dueñas de la fauna mobiliaria.

Al principio sólo estaban las grandes de los salones de baile y las de las estancias más importantes, de tamaño más reducido, pero poco a poco se fueron haciendo con las habitaciones principales, las enormes escalinatas de mármol y un par de pasillos llenos de retratos.
Se alimentaban usando una técnica muy evolucionada: tejían unas finísimas telas de oro blanco y plata de las que colgaban exquisitos cristales diamantados a modo de cebo. Entonces solamente tenían que aguardar a que el sabroso polvo cayera en su poder. El alimento allí era abundante y las lámparas solamente debían extender sus trampas para capturar grandes cantidades, como si de ballenas estáticas cazando crill se trataran.
Pasó el tiempo y la vida prosperó. Con la seguridad del polvo ilimitado, podían dedicarse a procrear sin temor alguno a depredadores, por lo que las crías crecieron sin dificultad alguna. Las lámparas de araña daban a luz otras lámparas más pequeñas y de diferentes formas y variedades, como flexos, lámparas de escritorio europeo, pequeños focos halógenos, lamparillas para baño, de mesita de noche, de pinza para libros, etc. Incluso surgieron también nuevas y esbeltas lámparas de arañas que trepaban hacia el techo de nuevas y oscuras salas cuando alcanzaban la edad adulta.
Tal expansión de la especie y de sus razas pronto provocó el declive de su competidor más encarnizado: el candelabro. En menos de cinco años, la inmensa población disminuyó tanto que ya solamente quedaban de ellos huesudos brazos que sostenían tristes velas enteras o a medio derretir, sangrando ríos de cera e implorando por una mano humana que les diera la ansiada chispa. Pero la selección natural había obrado y ya no había nada que hacer...
El reino de las lámparas de araña devoradoras de polvo y sus subespecies llegó a dominarlo todo; un poderoso y rico imperio animal que sólo conocía sus límites en las paredes del palacio.

Entonces fue cuando llegó la tragedia medioambiental.

Al parecer, el ayuntamiento y los concejales de urbanismo, junto a expertos en patrimonio cultural, habían llegado a una importante decisión: el emplazamiento del palacio era perfecto para situar las nuevas y sofisticadas pero ineficientes oficinas locales del gobierno, pero el coste de la restauración del edificio era demasiado elevado, por lo que se llegó a la conclusión de que el derribo era lo más acertado, dejando así espacio libre para levantar el nuevo proyecto. Algo nuevo, moderno, ecológico e innovador.

De nada sirvieron las protestas de los ecologistas en favor de las lámparas de araña.
El palacio fue demolido y, con él, todo un ecosistema rico y palpitante, siendo sustituido por un vanguardista champiñón relleno de una especie exótica, preludio de una plaga invasora: la lámpara de tubo de oficina.

Epílogo

En la actualidad, existe el centro de la Lámpara de Araña, con sede en Doñana, que lucha por devolver a los pocos ejemplares que quedan a un habitat en el que puedan vivir y desarrollarse de nuevo. Se puede contribuir enviando donaciones o apadrinando una lámpara por un euro al día.
No te olvides de las lámparas de araña.
Ellas no lo harían.