domingo, 31 de octubre de 2010

La Divina Comedia: El Hombre Invisible (II)

Sonaba un taladro o algo. No lo pude poner en pie.
El laboratorio de Nikola Tesla era el que a mí me hubiera hecho ilusión tener cuando quise ser científico: Un futbolín, una máquina de discos sesentera junto a un pinball y posters de películas y grupos musicales por todas las paredes y una diana de dardos con una foto de Edison. Algo suave de Van Halen decoraba aún más el ambiente.
La puerta de la casa siempre estaba abierta, por lo que no tuve que llamar al timbre para entrar. A Tesla no le importaba lo más mínimo que entraran a robar porque decía que el material que tenía allí era demasiado complejo como para que un ladrón supiera que hacer con él. A Tesla sólo le podía robar Tesla.
Me adentré en el laboratorio de soltero (Cosa de la que me arrepentiré para siempre) sin más recibimiento que el maullido de Amperio, su gato, al que no pude localizar por ninguna parte, y el sonido mecánico que venía del solitario y feo rincón gris, lleno de cacharros, aparatos y cables que había cerca de los ventanales del ático: el único lugar que daba una excusa para llamar "laboratorio" a aquello. Seguí el ruido y allí encontré a Tesla, vestido con su típica camiseta hawaiana de palmeritas y estrellas de mar y un máscara de soldador para protegerse de las virutas encendidas que saltaban de una lámina de acero que cortaba con cuidado. Levantó una mano, indicándome que esperase un momento. Intenté deducir que puñetas estaba construyendo, pero no se me ocurría nada que no fuera una bombona de butano del tamaño de un ser humano.
La lluvia de chispas cesó y con ella el ruido que estuve escuchando desde que entré. Mientras Van Halen recuperaba protagonismo, Tesla se levantó la visera a la vez que se incorporaba, se quitó el guante de la mano derecha y estrechó a mía.
"¡Pero si es Alejandro Candela!"
"Qué pasa, Nik".
"Has tardado 0'2 en llegar, ¿tanto me echabas de menos?"
"Es lo que pasa cuando me picas la curiosidad".
"Oh, sí, esto te va a encantar".
Me hizo señas para que le siguiera mientras andaba hacia alguna parte y me decía:
"Hacía... ¿cuánto?, ¿Un año?, ¿Dos?, ¿Cuánto hace que no nos vemos?".
"Mucho, sí".
"Pues me acuerdo de ti a menudo y me digo una y otra vez que tengo que llamarte para quedar y tomar algo por ahí, pero siempre se me va... Espero que no me tengas rencor por el distanciamiento".
"Suele pasar", le dije con sinceridad. Por supuesto que no le tenía ningún tipo de rencor ni nada por el estilo. "Es más, me ha alegrado que me llamaras. Me ha venido bien el paseo. Estoy empezando en nueva carrera y estoy nervioso".
"¿Ah, sí? ¿Te has salido de ingeniería?"
"Yep".
"Así, se hace. Las ciencias no traen nada bueno, amigo mío... ¿Y en qué te has metido?"
"Filología Inglesa".
"¡Já! ¡Tócate los huevos! Desde luego la visión de futuro no es lo tuyo, Candela".
"Vete al carajo".
"¡No te mosquees, hombre! Es broma. Mira, para que te sientas mejor, te voy a contar para qué te he traído aquí hoy... Estaba limpiando los cajones del escritorio cuando me encontré un frasco. No tenía ni idea de qué era, algo que se habría dejado olvidado el antiguo dueño de la casa, me imagino. El caso es que estaba vacío y lo iba a tirar, pero me resultó raro que pesara tanto para se tan pequeño y estar, eso, vacío. Y como soy un genio, me dio por averiguar la razón. Me puse en mi mesa de trabajo, hice cálculos, diseñé experimentos, despejé incógnitas, deduje X, le sumé Y y Z y cuando lo tuve todo a punto, cogí el frasco y lo agité con fuerza. Sonaba como si estuviera lleno de agua, pero no había nada dentro. Al menos no se veía nada".
"Bueno, tú sabes. Dicen que el agua es transparente".
"Tú madre sí que es transparente", me replicó mientras llegábamos al fregadero. "Pues eso. Abrí el bote y salió un olor dulzón. Como caramelo. Al principio pensé que el bote había estado lleno en su día de jarabe para la tos y que el sonido que hacía al agitarse era consecuencia de la resonancia provocada por un yo de una dimensión paralela que agitaba un bote que sí estaba lleno de verdad. Un sonido fantasma de otra dimensión".
"Un razonamiento lógico".
"Sí, lo sé, ¿a que soy la polla?"
"¿Qué era al final?"
"Pues... metí una jeringuilla, saqué un poco y lo puse en el microscopio de ultrabarrido sistemático que diseñé únicamente para ello y lo analicé. El resultado me dejó... muerto. El puto papel del análisis salió en blanco. Era como si dentro del frasco realmente no hubiera nada de nada. Me frustré. Así que le metí un jeringazo al gato".
"¿Que qué?"
"Amperio está ya más que acostumbrado a estas cosas".
"Deja ya en paz al puto gato, coño".
"Bah, no pasa nada. Incluso yo creo que disfruta".
El gato maulló de nuevo por alguna parte y entonces comprendí por qué no lo había visto al entrar.
"Me estás diciendo que lo que hay dentro de ese frasco..."
"Sí, eso. El gato desapareció. De golpe. Desvanecido. Como si se hubiera puesto el Anillo Único. Zas y ya no hay gato".
De pronto sentí algo rozándose con mi pierna y pegué un salto a ver que no había nada.
"¡Hostia!"
"¡Qué!"
"¡El gato!", supuse.
"¡Cógelo!"
Me agaché, pero no toqué nada. Ya no estaba. Palpé el aire unas cuantas veces a mi alrededor y nada.
"Ya no está".
"El bastardo se lo está pasando en grande".
"¿Puedes curarlo?"
"Esa es la cuestión. Sí, puedo. Pero no puedo cogerlo y ponerle en antídoto".
"¿Hay antídoto?"
"Sí. Lo diseñé en un momento, metiendo una muestra en el intercambiador de polaridad subatómico. Lo he probado con ratas y funciona perfectamente".
Era un consuelo. Para mí y para el gato.

Pasamos toda la mañana y parte de la tarde intentando cazar al gato invisible, pero todos nuestros planes fracasaban. Creo que en parte se debía los tratamientos de desarrollo de inteligencia que Tesla le había estado suministrando al animal y ahora que el bicho era un felino superdotado, era capaz de disfrutar de su sentido del humor y de nuestra humillación como especie de una forma mucho más exquisitamente malvada. Finalmente optamos por esconderle la comida y dejarle una lata de atún abierta en el interior de una jaula-trampa que compré (con mi dinero) en una tienda de cacería.
Mientras esperábamos u guardábamos silencio, me puse a pensar en aquel milagroso suero de la invisibilidad... ¿Qué debía sentir el gato? No podía sacar conclusiones que no estuvieran relacionadas con el placer de la ocultación y el poder de la libertad.
Y ahora, echando la vista atrás y recordando aquel momento, no puedo sino reírme por lo estúpido que fui. Las consecuencias de aquella tarde fueron terriblemente dolorosas y ninguno de los que estáis leyendo esto puede imaginar aún (a no ser que esto sea una relectura, claro está) lo que me iba a deparar el contenido del maldito frasco.
Un chasquido metálico nos avisó de que la jaula se había cerrado, así que nos acercamos a ver. Había algo siniestro en aquella jaulita vacía pegando saltos como si estuviera poseída mientras Amperio hacía lastimosos gritos propios de un gato derrotado. Tesla no esperó más e inyectó el antídoto en el aire a través de los barrotes. Era fascinante ver como el líquido se distribuía en la nada hasta formar un sistema circulatorio con la forma de un pequeño mamífero doméstico hasta que poco a poco fueron apareciendo unos dientes que flotaban. Luego unos ojos. Luego unas orejas. Luego un rabo. Y, al final, el cuerpo de un gato sobrealimentado con cara de listo.
"Te cacé, cabronazo", dijo Tesla entre risitas estúpidas.

Un rato después estaba yo jugando al pinball mientras él examinaba al gato. No parecía encontrar ningún tipo de efecto secundario y los análisis indicaban que la salud del bicho seguía estando en perfectas condiciones.
Cuando estaba a punto de romper mi propio record de puntos, Nikola me dijo:
"Bueno... ¿te atreves?"
"¿A qué?"
"A chutarte con esta mierda". Otra risita tonta.
"Paso", dije, aunque lo estaba deseando.
"¿Cuando se te va a presentar una oportunidad como esta en la vida?"
De nuevo repito que ojalá no se me hubiera presentado. Lo que pasó luego fue demasiado horrible. Pero por entonces no tenía ni idea de que la invisibilidad pudiera tener consecuencias como aquellas.
"¿Y por qué no te pinchas tú?"
"Porque entre lo que he gastado en las pruebas y los test con los animales solamente me queda una dosis para un humano adulto y la cantidad necesaria para elaborar el antídoto... Y no, no sé reproducirlo. Lo he intentado y no sé cómo. De todas formas una cosa como esta estará patentada, digo yo, y el antiguo dueño del piso puede aparecer y demandarme... Y tú siempre me hablabas de tus deseos infantiles de ser invisible. El poder. Asustar a la gente. Vengarte de los estúpidos ¿Lo recuerdas? Por eso te mandé el sms. Sabía que vendrías. Considéralo un regalo para ti".
Realmente yo quería. Y el quería. El único problema es que algo dentro de mí me decía que iba a ser una muy mala idea.
Pero... qué carajo.
"De acuerdo, hagámoslo".
Nikola aplaudió, aparentemente más emocionado que yo. El gato saltó de la camilla y se fue por ahí, harto de nosotros.
"¿Seguro que no quieres guardar lo que queda?", le aconsejé mientras me quitaba la camisa y me tumbaba en donde momentos antes había estado Amperio.
"Naaah... Pa qué".
No soy lo suficientemente inteligente como para debatir tal argumento salido de la boca de uno de los mayores genios científicos de la humanidad, así que extendí el brazo olvidándome de mi respeto hacia las agujas. Se acercó con la jeringuilla aparentemente vacía.
"¿Seguro que la mierda esa tiene algo? A ver si me vas a inyectar aire, capullo".
"Tchss, estate quietecito y calladito" dijo él imitando al grandullón de la Milla Verde.
"¿Me va a doler?".
"El gato no se quejó".
"Ya, pero..."
No me dio tiempo a terminar la frase. Me clavó la aguja en el antebrazo y empujó el émbolo. Noté algo frío recorriéndome el cuerpo. Empecé a sudar. El corazón se desbocó. Sentí que me desmayaba y que algo no iba bien.
Entonces fue cuando me miré las manos y las vi desvanecerse como si fuera un Marty McFly cambiando el pasado. Ahora era unos pantalones hinchados de aire. Unos botines fantasmas. Un bulto en la camilla.
Tesla me miraba. O miraba el lugar donde instantes antes había estado.
"Esto, amigo mío, ha molado más que con el gato".

Era mitad estimulante, mitad vergonzoso. Estaba ahí, delante de un espejo de cuerpo entero y solamente se veían mis vaqueros. De una forma instintiva fui y me puse de nuevo la camisa, abrochando hasta el botón del cuello y los de las mangas. Entendí entonces la necesidad de los hombres invisibles de la literatura de cubrirse el cuerpo por entero. No es por ayudar a sus amigos a encontrarles ni para seguir sintiéndose sujetos integrados en una sociedad, sino por un extraño miedo a desvanecerse. Llevar ropa es como sujetarse el cuerpo para que no se evapore o se disuelva. Un ancla para la cordura.
Pasé así un par de horas, mirando mis puños invisibles, la forma del cuello de mi camisa llevando una no-cabeza, la manera en la que flotaba una naranja que estaba sujetando.
Poco a poco me fui acostumbrando a mi nueva situación.
Y me gustaba.
Estaba preparado.
"Vale", le dije a Nikola, que jugaba a los dardos con su diana de Edison. "Estoy preparado para salir a la calle".
"Perfecto", dijo tan feliz como yo.

Me sentí Griffin.
Me sentí el Joker.
Me sentí el puto amo.

Iba a ser la hostia.
Un día donde la palabra libertad adqueriría su máximo significado.

Pero no.
Porque ese fue el día que te conocí.


CONCLUIRÁ...