domingo, 31 de octubre de 2010

La Divina Comedia: El Hombre Invisible (III)

Cuando uno va a hacerse una limpieza dental y un blanqueado, lo primero que te dice el dentista es "no bebas café, ni refrescos ni nada con colorante en al menos 24 horas". Al menos mi dentista me dice eso. Y te lo dice por razones más que obvias: el blanqueado se puede ir al carajo.
Lo mismo ocurre con las personas. Te manchan. Y cuando lo que te pasa es que tu cuerpo se ha vuelto invisible el resultado es algo más rocambolesco. Las personas no se limitan a mancharte, a dejar su huella, sino que hacen que todo lo demás sea invisible.

Tesla me lo explicó mientras yo me desnudaba y maquinaba mis planes de diversión.
Cuando el suero de la invisibilidad entra en el riego sanguíneo, hace reacción con el hierro y otras sustancias, provocando que todo elemento en contacto con el aire desarrolle unos cristales microscópicos que desvían la luz, provocando el efecto óptico de que no hay nada ahí. Así, todo tu cuerpo (piel, ojos, pelo, uñas, incluso el aparato respiratorio) desaparece a la vista.
Sin embargo, cuando esto ocurre, al igual que con un blanqueado dental, la zona tratada se vuelve extremadamente sensible. Pero en el caso de la invisibilidad, hay un elemento que se ve especialmente afectado: las células fotoreceptoras del interior de los ojos.
Como bien se sabe gracias a la EGB, las células fotoreceptoras alojadas en la retina son las que captan la luz que entra a través de la cornea y se encargan de convertirlas en impulsos eléctricos que viajan por el nervio óptico hasta el cerebro, que es quien se encarga de descifrar la imagen.
Cuando el suero de la invisibilidad se expande y llega hasta los ojos, estas células ultrasensibles se vuelven estúpidas y empiezan a putear al cerebro.
Claro que esto sólo lo supimos después.
Lo suyo hubiera sido que me quedara en el laboratorio de Tesla, con los ojos vendados, haciendo vida de ciego hasta que el suero se asentase, momento en el cual me vería libre para salir a la calle y aterrorizar a la gente.
No hubiera tenido que esperar más de un par de horas más.
Pero en el momento que me vi (o mejor dicho, que no me vi) en el espejo, no pude refrenarme. Terminé de  quitarme toda la ropa y salí a la calle dando gracias de vivir en Sevilla y así no morir de frío y preguntándome que había sido de aquel sentimiento de anclaje a la cordura.

Estaba nervioso. No sabía que hacer. Tanto poder... Miraba a todas partes, en busca de víctimas a las que asustar, gente con cara de idiota a la que pegar collejas, casas viejas en las que meterme para mover muebles de un lado a otro... ¡Demasiadas cosas!
Decidí no pensar y solamente actuar.
Vi un carrito de bebé y pensé que sería divertido emular la primera escena de los Cazafantasmas 2, esa en la que el carrito del hijo de Sigourney Weaver huye por la ciudad empujado por un fantasma. O mejor: ponerme en mitad de la Avenida de la Constitución y pegar un grito escalofriante para luego contemplar la cara de la gente. O quizás entrar en la catedral y ver que se podía hacer. O... yo que sé.
De repente me sentí decepcionado.
Allí, en mitad de la calle, invisible y sin poder aprovecharlo.

Fue entonces cuando te vi. Larga falda marrón. Camiseta de tirantas azul.
Supongo que desde que Tesla me puso la inyección no había mirado a nadie a la cara directamente, o si lo había hecho debían de tratarse de personas sin color, vacias, sin nada que aportar. Tú fuiste como un concentrado de café, refresco y colorante lanzado directamente a mis células fotoreceptoras.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi cerebro pegó un chispazo y por un momento se quedó bloqueado.
Todo se detuvo y tu melena rubia, tus ojos marrones, tu sonrisa eterna, tus mejillas comestibles y tus curvas de muerte quedaron grabadas como una estatua mental.
Y el mundo desapareció. Literalmente. La gente hizo "plof" y desapareció como si todos se hubieran puesto el suero de la invisibilidad de una forma sincronizada. Y sólo quedaste tú.

Me mareé. Me entraron náuseas.

Asustado, volví al laboratorio a que Tesla me echara un vistazo. Bueno, "vistazo". Corrí por la calle chocándome con todo y con todos, pero no lo podía remediar porque no veía a nadie más. Era aterrador tanto para mí como para ellos porque yo no sabía por donde moverme para no acabar con la nariz hundida en la cara y la gente se veia, lógicamente, incapaz de apartarse del camino de un hombre invisible.
"¿Ya de vuelta, Ale?", dijo cuando sintió mis pasos desnudos en el suelo de madera.
Me acojoné aún más, porque no le veía.
"Nikola, sal ya, joder, esto no tiene gracia".
"¿Que salga de dónde? Estoy aquí".
La voz venía de mi izquierda.
"¿Te has puesto también el suero?", pregunté.
"¿Yo?, ¿Estás loco?, ¿Sin saber antes qué efectos tiene?".
"Esto no tiene puta gracia", dije mientras me ponía la ropa.
"Pero tío, ¿qué coño ha pasado?".
Se lo conté. Le conté que salí a la calle, le conté que te vi y que después me quedé solo, que el mundo desapareció, que solamente te podía ver a ti. Sorprendentemente, fue reapareciendo poco a poco ante mis ojos mientras le hablaba. Y la expresión con la que apareció me perturbó, pues ya no era el Tesla risueño y bonachón, sino el científico gravemente preocupado.
"Vamos a verte mejor", dijo.
Me llevó hasta la zona clínica. Allí me puso millones de electrodos, me hizo varios TAC's con su escaner casero y me tuvo en observación unas cuantas horas. Pudimos comprobar que todo iba más o menos bien hasta que pensaba en ti. Cada vez que eso pasaba, Tesla y el gato desaparecían.
Pronto empezó a realizar unos experimentos sencillos. Me pedía que pensara en ti y que mientras hojeara una playboy... El cabrón quedaba fascinado cuando le decía que en la revista solo había muebles y artículos. No había fotos de personas. Ni en el poster gigante despegable.
"¿En serio no ves a Miss Septiembre?".
"Ahí no hay nadie".
Después probaba a darme otras distracciones, como resolver puzzles, problemas de lógica y cosas así, para ver si lograba hacerme olvidarte durante un rato y cuando lo lograba, las conejitas volvían a aparecer, junto con Amperio, que acudía ronroneando a mi lado.

Pasé varios días allí, realizando todo tipo de pruebas y tests, sin pararme a pensar que no me había puesto el antídoto para el suero. Así vivía yo, convertido en una bata de invierno voladora con zapatillas. Y la verdad es que no me importaba. Solía coger vendas y gasas y envolverme con ellas como si fuera un paciente grave de la unidad de quemados, emulando a los hombres invisibles de las películas clásicas. Era divertido. La única pega es que a Amperio le gustaba lanzarse a por los trozos que quedaban colgando y terminaba por desgarrarme mi piel de tela, por lo que en vez de un hombre invisible parecía una momia mal cuidada. También era maravilloso beber líquidos y ver como caían por mi interior hasta que desaparecían en la invisibilidad de mi cuerpo. O aliviar mis ansias por asustar haciendole pequeñas putadillas a Tesla, quien se vengaba de mí con preguntas sobre tu aspecto, provocando así mi extraña ceguera social.
Fueron unos días especialmente raros de mi vida.

Al final, llegaron los resultados.
Y, básicamente esto fue lo que pasó.
Tu imagen quedó impresa de tal forma en la retina que las células y los nervios ópticos perdieron el juicio y se mezclaron con el suero de tal manera que, cada vez que te veo, todo lo demás se vuelve invisible a mis ojos.
Pero ahí no quedó la cosa. El cerebro se dañó más de lo que pareció en un primer momento y la afección no sólo se limitaba a la vista, sino también al área de los recuerdos. A mi mente le costaba diferenciar lo que veía de lo que creía ver debido al trauma ocasionado, por lo que a veces bastaba con provocar un recuerdo o un pensamiento para que mi visión se jodiera.
En otras palabras: pensar en tí es lo peor.

¿Qué hacer? Nada. Para esto no había cura. Y, al parecer, para mi invisibilidad tampoco.
Me puse la inyección que contrarrestaba la primera y no ocurrió nada. Rompí a llorar.
Resultó que había pasado tantos días sin administrarme el antídoto que al final mi organismo había asimilado el suero. 
Me había quedado así. Invisible. 
"No te preocupes", me decía Tesla. "Encontraremos la solución".
Pero no la encontramos y seguimos sin encontrarla.
Lo único que pudimos hacer es crearme una segunda piel sintética cultivada con mi ADN con la que vestirme. El chaval es mañoso y se le da bien el tema de las manualidades, por lo que no tardó en crearme un traje de mí mismo. El concepto es similar al traje de neopreno de un buzo, solo que está tuneado con mi forma, mi pelo, mi textura, mi olor y mi pelo. Incluso le crece la barba. También me fabricó unas lentillas exactas a mis ojos. Cuando me hube puesto todo, nadie hubiera dicho que por dentro no había nada. Me miraba al espejo y me veía de nuevo, pero al mismo tiempo no era yo. Era una carcasa. Una cáscara. Un disfraz de mí mismo.
"No desistiré", dijo. "Te prometo que encontraré una cura".
"Gracias", le dije cuando salí por la puerta.

Volver a la calle era extraño. La gente me podía ver, pero no me veían realmente. Me seguía sientiendo invisible y había algo dentro de mí que no estaba bien. Algo que, años después, sigue sin estar bien. Algo que no logré descifrar hasta hace poco.

Al final te conocí. Y me conociste. Lo supiste todo excepto lo que acabo de contar, pero ahora ya lo sabes también. Como también sabes ahora por qué te conozco tan bien si no hemos estado apenas juntos en todo este tiempo. Sencillamente porque me quito la piel y te sigo. Una habilidad que tenemos los hombres invisibles.

Es una enorme putada porque yo solo te puedo ver a ti cuando estás y tu puedes verlos a todos excepto a mí.

Y con eso tengo que cargar. Con centrarme en otras cosas para poder vivir en un mundo con gente. Con poner mi cabeza y mi mente al 100% en las clases, en los trabajos, en los estudios, en las juergas, en las tonterías, en los poemas, en los relatos y en cazar ese mosquito que quiere chupar mi sangre invisible y al que le hecho la culpa de no dormir por las noches.

He aquí otro pequeño secreto de mi vida.

En cuanto a Tesla... me llama un par de veces al año para decirme que aún no ha tirado la toalla conmigo, que algún día desarrollará la cura y que podré vivir sin mi máscara de mí mismo.
El viejo Tesla... Nos hemos distanciado. No sé por qué, la verdad, eramos íntimos, pero estas cosas pasan. Supongo que es porque ya lo relaciono con todo lo que pasó y me trae recuerdos de una vida pasada que no deseo que vuelva... Pero le echo de menos. Echo de menos meterme con él diciéndole que se parece a David Bowie.
No sé.
Quizás le llame.



FIN


Y la gente sigue desapareciendo cuando tú estás y cuando tú no estás y cuando estás no me ves y cuando te veo bailar te veo bailar a ti sola y cuando te veo con gente te veo con gente a ti sola y cuando te veo reír te veo reír a ti sola y cuando te veo llorar te veo llover y cuando te veo gemir te veo llorar 
y cuando te veo cantar te veo feliz 
y cuando te veo abrazar te veo querer 
y cuando te quiero te dejo de ver y cuando te veo desnuda me veo con hambre 
y cuando te veo sin mí, a mí no me veo.