miércoles, 29 de diciembre de 2010

Llámame

Me llamas soso,
me llamas vago,
siempre dices tú
que yo nunca pago.

Llámame tonto,
llámame algo,
pero llama tú,
que no tengo saldo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Veinte y una.


Veinte mujeres desesperadas
y ninguna buena cazavampiros,
veinte minutos quieto en la parada
perdiendo la cuenta de los tiros.

Veinte poemas de borbor
y una canción desalmada,
más de veinte años ojo avizor
catando locas abocadas.

Vente, bohema, candor,
a dormir a mi alma rebajada.
Veinte problemas de furor
y una ocasión destartalada.

Veinte vales de descuento,
veinte síes, lo que tú digas,
no veinte noes sino cientos
de confórmate con las migas.


lunes, 20 de diciembre de 2010

Sacrificados perros

Personas descuadres,
generosidad entera,
egoísmo chucho
de tu vida canciller.

Por más que ladres
tu amadísima dueña
no dispara cartucho
sino te sopla alfiler.

Culpa de los padres:
que les enseñan
a quererse mucho
en vez de a querer.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Alicia Loca

Alicia Loca chasquea los dedos
a ritmo de un romance pasajero,
de marañas sin nudo ni enredos,
de cucharas llenas de agujeros.

Alicia Rota sólo ve sonrisas
flotando en el aire nocturno;
un gato sin boca en las cornisas
la mira con gesto taciturno.

Alicia Rubia se excita, se agita
Alicia Sola se maravilla
porque cree que tiene una cita.

La espera un golem de arcilla,
y ella feliz toda se marchita:
por dentro se retuerce, Alicia chilla.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Medalla de Estaño

A estas horas de la noche
hasta Don Simón sabe a ambrosía.
A altas horas, en el porche,
el hereje cochambre escribió una poesía.

El montipaiton, tragicómica criatura,
el Ciudadano Can't, el friolévolo ermitaño,
en cuestiones de amor y d'escritura
recibió de premio la medalla de estaño.

jueves, 2 de diciembre de 2010

A un gafapasta

A Carlos y Alex.


Érase un gilipollas a unas gafas pegado,
érase un gafapasta de labia sin pestillo,
érase un gafapasta de algo tonto listillo,
érase un pedante de sí mismo enamorado.

Era una verborrea sin destino ni mercado,
éranse unos ropajes de marca de rastrillo,
érase una filosofía muy de bolsillo,
Era un juicio no propio, por otro defecado.

Érase una boba roja boca buzonera,
érase un erudito totalmente gratuito,
listo eliminado de SaberYGanar era.

Érase vanidad, narcisismo infinito,
muchísimas gafas, pasta tan trolera;
pegarle debiera ser deporte y no delito.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Heridas que se quieren

Heridas que se quieren
cerrar de un portazo;
heridas que se enriquecen
muy lentas en su cazo.

Mentiras que te salvan,
que son un par de cuñas;
miradas que se clavan
muy debajo de las uñas.

Heridas que saltan a la comba,
paridas disfrazadas de romance,
chiquillas que son la gran bomba,
payasos con caña, anzuelo y lance.

Heridas que se quieren,
que se aman unas a otras;
heridas que se hieren,
que en realidad son idiotas.

Heridas que se mean en la cama
de tanto jugar con fuego.
Heridas que dicen que no te aman
pero te niegan el hastaluego.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Un viejo Lancia

Aconteció un ataque de locura,
un mal viaje de rojo Bitter Kas,
un "calma, el tiempo todo lo cura"
con su "Sí, ya, claro y ¿qué más?".

Sucedió una manta de tela rancia,
un bombón, un condón de terciopelo,
un fácil calambur, un viejo Lancia
aparcado bastante cerca de Caramelo.

Amaneció una farola tartamuda,
descendió el nido de exaltados cucos
a avisarme de que pronto volvería a estar cuerdo.

Estalló ella en posición de Buda
cuando realicé el mejor de mis trucos
y desapareció durante un rato el mal de tu recuerdo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Divino Incesto

llamado el de hinchados cojones,
que se ve siempre falto de campus
para escapar de tantos mamones.

Dormitando me encontró el Diablo
quien señalándome a mí con el dedo
tembloroso, colorado, bastante pedo,
preguntó "¿con qué miserable hablo?"

"Conmigo mismo, chaval", respondí,
el Diablo cabrón de pecho rió en Do
y así un angelito apareció corriendo:
sucio, viejuno, asqueroso querubín.

Pregunté "Diablo, ¿pero qué coño es esto
que huele tanto a tonto y que de feo farda?,
¿acaso es bastardo de un divino incesto?"

"Mi pobre rapaz, deja que tu ironía arda,
pues este esperpento de nombre Ernesto
es tu acarajotadísimo Ángel de la Guarda".

martes, 16 de noviembre de 2010

Yo no quiero evadirme

Yo no quiero evadirme, cobarde princesa,
ni correr ni desertar de la tonta vida
ni seguirle la corriente a nuestras promesas
ni matarlas con un chute de insecticida.

Yo no quiero salir por puercas patas,
(eso os lo dejo a los viejos expertos)
ni escabullirme entre amigos ratas
que viven en el país de los tuertos.

Yo no quiero una mera concubina
que me haga olvidar tu falsa necedad,
ni pasarme los días cerrándote la cortina

ni arrojarte un jarro de crueldad.
Yo lo que quiero, pequeña golondrina,
es partirme la cara con la Realidad.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Mala Borrachera del Señor Marqués

Muy malamente van los llenos llaneros poco solitarios
cuando dudan si cabalgar hacia el alba o al atardecer,
cuando los árboles no saben en que dirección crecer
y los donjuanes olvidan cómo besar un vaso de Larios.

Muy mal iba yo, Excelentísimo Marqués de los Agravios,
aquel viernes nada santo hasta arriba de espanto y de Jerez
en el que por la calle barruntaba que solo llegaría a la vejez,
que mis servicios a Su Alteza serían considerados plagios.


Y me bebí litro y medio de vino de Carmona,
escribí en una nota "no sería la más bella
pero desde luego era de lejos la más mona",


metí el mudo mensaje dentro de la botella,
la cerré mientras pensaba: "qué carona",
y me eché la cara abajo a golpes con ella.

martes, 9 de noviembre de 2010

Soneto para un león muerto

Descúbranse, señores, su cabeza,
hagan una solemne reverencia,
póstrense con fuerte vehemencia
ante el león muerto de dura tristeza.

Recibió muerte por lanza y capote,
agonía por feo frío y fausto fuego,
ponzoña que quemó su santo ego
con veneno, lodo, sangre y chapapote.

Lloren ustedes, mis señores, mis señoras,
la muerte de uno de los más nobles leones:
guardaba a su dama siempre, a todas horas.

Ha muerto de amor hipócrita, Casa de Eros es,
donde las mujeres ya no quieren ser princesas
y los chicos sí echan de menos ser como héroes.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Mutis por el foro

Serena sirena sin palabra ni voz,
cuya cola divides rauda y veloz:
igual esto parece una chiquillada
pero te prefería muda a callada.

Preferiría que me lanzaras mil reproches,
así tendría algo para pasar las noches.
Preferiría que me contaras alguna mentira
o que me demostraras un poco más de ira.

Este Príncipe Sin Herencia hastiado y afligido
solamente busca como bálsamo algo de ruido,
que por escuchar un silencio demasiado estridente
está perdiendo el oído y lo que le queda de inocente.

domingo, 31 de octubre de 2010

La Divina Comedia: El Hombre Invisible (III)

Cuando uno va a hacerse una limpieza dental y un blanqueado, lo primero que te dice el dentista es "no bebas café, ni refrescos ni nada con colorante en al menos 24 horas". Al menos mi dentista me dice eso. Y te lo dice por razones más que obvias: el blanqueado se puede ir al carajo.
Lo mismo ocurre con las personas. Te manchan. Y cuando lo que te pasa es que tu cuerpo se ha vuelto invisible el resultado es algo más rocambolesco. Las personas no se limitan a mancharte, a dejar su huella, sino que hacen que todo lo demás sea invisible.

Tesla me lo explicó mientras yo me desnudaba y maquinaba mis planes de diversión.
Cuando el suero de la invisibilidad entra en el riego sanguíneo, hace reacción con el hierro y otras sustancias, provocando que todo elemento en contacto con el aire desarrolle unos cristales microscópicos que desvían la luz, provocando el efecto óptico de que no hay nada ahí. Así, todo tu cuerpo (piel, ojos, pelo, uñas, incluso el aparato respiratorio) desaparece a la vista.
Sin embargo, cuando esto ocurre, al igual que con un blanqueado dental, la zona tratada se vuelve extremadamente sensible. Pero en el caso de la invisibilidad, hay un elemento que se ve especialmente afectado: las células fotoreceptoras del interior de los ojos.
Como bien se sabe gracias a la EGB, las células fotoreceptoras alojadas en la retina son las que captan la luz que entra a través de la cornea y se encargan de convertirlas en impulsos eléctricos que viajan por el nervio óptico hasta el cerebro, que es quien se encarga de descifrar la imagen.
Cuando el suero de la invisibilidad se expande y llega hasta los ojos, estas células ultrasensibles se vuelven estúpidas y empiezan a putear al cerebro.
Claro que esto sólo lo supimos después.
Lo suyo hubiera sido que me quedara en el laboratorio de Tesla, con los ojos vendados, haciendo vida de ciego hasta que el suero se asentase, momento en el cual me vería libre para salir a la calle y aterrorizar a la gente.
No hubiera tenido que esperar más de un par de horas más.
Pero en el momento que me vi (o mejor dicho, que no me vi) en el espejo, no pude refrenarme. Terminé de  quitarme toda la ropa y salí a la calle dando gracias de vivir en Sevilla y así no morir de frío y preguntándome que había sido de aquel sentimiento de anclaje a la cordura.

Estaba nervioso. No sabía que hacer. Tanto poder... Miraba a todas partes, en busca de víctimas a las que asustar, gente con cara de idiota a la que pegar collejas, casas viejas en las que meterme para mover muebles de un lado a otro... ¡Demasiadas cosas!
Decidí no pensar y solamente actuar.
Vi un carrito de bebé y pensé que sería divertido emular la primera escena de los Cazafantasmas 2, esa en la que el carrito del hijo de Sigourney Weaver huye por la ciudad empujado por un fantasma. O mejor: ponerme en mitad de la Avenida de la Constitución y pegar un grito escalofriante para luego contemplar la cara de la gente. O quizás entrar en la catedral y ver que se podía hacer. O... yo que sé.
De repente me sentí decepcionado.
Allí, en mitad de la calle, invisible y sin poder aprovecharlo.

Fue entonces cuando te vi. Larga falda marrón. Camiseta de tirantas azul.
Supongo que desde que Tesla me puso la inyección no había mirado a nadie a la cara directamente, o si lo había hecho debían de tratarse de personas sin color, vacias, sin nada que aportar. Tú fuiste como un concentrado de café, refresco y colorante lanzado directamente a mis células fotoreceptoras.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi cerebro pegó un chispazo y por un momento se quedó bloqueado.
Todo se detuvo y tu melena rubia, tus ojos marrones, tu sonrisa eterna, tus mejillas comestibles y tus curvas de muerte quedaron grabadas como una estatua mental.
Y el mundo desapareció. Literalmente. La gente hizo "plof" y desapareció como si todos se hubieran puesto el suero de la invisibilidad de una forma sincronizada. Y sólo quedaste tú.

Me mareé. Me entraron náuseas.

Asustado, volví al laboratorio a que Tesla me echara un vistazo. Bueno, "vistazo". Corrí por la calle chocándome con todo y con todos, pero no lo podía remediar porque no veía a nadie más. Era aterrador tanto para mí como para ellos porque yo no sabía por donde moverme para no acabar con la nariz hundida en la cara y la gente se veia, lógicamente, incapaz de apartarse del camino de un hombre invisible.
"¿Ya de vuelta, Ale?", dijo cuando sintió mis pasos desnudos en el suelo de madera.
Me acojoné aún más, porque no le veía.
"Nikola, sal ya, joder, esto no tiene gracia".
"¿Que salga de dónde? Estoy aquí".
La voz venía de mi izquierda.
"¿Te has puesto también el suero?", pregunté.
"¿Yo?, ¿Estás loco?, ¿Sin saber antes qué efectos tiene?".
"Esto no tiene puta gracia", dije mientras me ponía la ropa.
"Pero tío, ¿qué coño ha pasado?".
Se lo conté. Le conté que salí a la calle, le conté que te vi y que después me quedé solo, que el mundo desapareció, que solamente te podía ver a ti. Sorprendentemente, fue reapareciendo poco a poco ante mis ojos mientras le hablaba. Y la expresión con la que apareció me perturbó, pues ya no era el Tesla risueño y bonachón, sino el científico gravemente preocupado.
"Vamos a verte mejor", dijo.
Me llevó hasta la zona clínica. Allí me puso millones de electrodos, me hizo varios TAC's con su escaner casero y me tuvo en observación unas cuantas horas. Pudimos comprobar que todo iba más o menos bien hasta que pensaba en ti. Cada vez que eso pasaba, Tesla y el gato desaparecían.
Pronto empezó a realizar unos experimentos sencillos. Me pedía que pensara en ti y que mientras hojeara una playboy... El cabrón quedaba fascinado cuando le decía que en la revista solo había muebles y artículos. No había fotos de personas. Ni en el poster gigante despegable.
"¿En serio no ves a Miss Septiembre?".
"Ahí no hay nadie".
Después probaba a darme otras distracciones, como resolver puzzles, problemas de lógica y cosas así, para ver si lograba hacerme olvidarte durante un rato y cuando lo lograba, las conejitas volvían a aparecer, junto con Amperio, que acudía ronroneando a mi lado.

Pasé varios días allí, realizando todo tipo de pruebas y tests, sin pararme a pensar que no me había puesto el antídoto para el suero. Así vivía yo, convertido en una bata de invierno voladora con zapatillas. Y la verdad es que no me importaba. Solía coger vendas y gasas y envolverme con ellas como si fuera un paciente grave de la unidad de quemados, emulando a los hombres invisibles de las películas clásicas. Era divertido. La única pega es que a Amperio le gustaba lanzarse a por los trozos que quedaban colgando y terminaba por desgarrarme mi piel de tela, por lo que en vez de un hombre invisible parecía una momia mal cuidada. También era maravilloso beber líquidos y ver como caían por mi interior hasta que desaparecían en la invisibilidad de mi cuerpo. O aliviar mis ansias por asustar haciendole pequeñas putadillas a Tesla, quien se vengaba de mí con preguntas sobre tu aspecto, provocando así mi extraña ceguera social.
Fueron unos días especialmente raros de mi vida.

Al final, llegaron los resultados.
Y, básicamente esto fue lo que pasó.
Tu imagen quedó impresa de tal forma en la retina que las células y los nervios ópticos perdieron el juicio y se mezclaron con el suero de tal manera que, cada vez que te veo, todo lo demás se vuelve invisible a mis ojos.
Pero ahí no quedó la cosa. El cerebro se dañó más de lo que pareció en un primer momento y la afección no sólo se limitaba a la vista, sino también al área de los recuerdos. A mi mente le costaba diferenciar lo que veía de lo que creía ver debido al trauma ocasionado, por lo que a veces bastaba con provocar un recuerdo o un pensamiento para que mi visión se jodiera.
En otras palabras: pensar en tí es lo peor.

¿Qué hacer? Nada. Para esto no había cura. Y, al parecer, para mi invisibilidad tampoco.
Me puse la inyección que contrarrestaba la primera y no ocurrió nada. Rompí a llorar.
Resultó que había pasado tantos días sin administrarme el antídoto que al final mi organismo había asimilado el suero. 
Me había quedado así. Invisible. 
"No te preocupes", me decía Tesla. "Encontraremos la solución".
Pero no la encontramos y seguimos sin encontrarla.
Lo único que pudimos hacer es crearme una segunda piel sintética cultivada con mi ADN con la que vestirme. El chaval es mañoso y se le da bien el tema de las manualidades, por lo que no tardó en crearme un traje de mí mismo. El concepto es similar al traje de neopreno de un buzo, solo que está tuneado con mi forma, mi pelo, mi textura, mi olor y mi pelo. Incluso le crece la barba. También me fabricó unas lentillas exactas a mis ojos. Cuando me hube puesto todo, nadie hubiera dicho que por dentro no había nada. Me miraba al espejo y me veía de nuevo, pero al mismo tiempo no era yo. Era una carcasa. Una cáscara. Un disfraz de mí mismo.
"No desistiré", dijo. "Te prometo que encontraré una cura".
"Gracias", le dije cuando salí por la puerta.

Volver a la calle era extraño. La gente me podía ver, pero no me veían realmente. Me seguía sientiendo invisible y había algo dentro de mí que no estaba bien. Algo que, años después, sigue sin estar bien. Algo que no logré descifrar hasta hace poco.

Al final te conocí. Y me conociste. Lo supiste todo excepto lo que acabo de contar, pero ahora ya lo sabes también. Como también sabes ahora por qué te conozco tan bien si no hemos estado apenas juntos en todo este tiempo. Sencillamente porque me quito la piel y te sigo. Una habilidad que tenemos los hombres invisibles.

Es una enorme putada porque yo solo te puedo ver a ti cuando estás y tu puedes verlos a todos excepto a mí.

Y con eso tengo que cargar. Con centrarme en otras cosas para poder vivir en un mundo con gente. Con poner mi cabeza y mi mente al 100% en las clases, en los trabajos, en los estudios, en las juergas, en las tonterías, en los poemas, en los relatos y en cazar ese mosquito que quiere chupar mi sangre invisible y al que le hecho la culpa de no dormir por las noches.

He aquí otro pequeño secreto de mi vida.

En cuanto a Tesla... me llama un par de veces al año para decirme que aún no ha tirado la toalla conmigo, que algún día desarrollará la cura y que podré vivir sin mi máscara de mí mismo.
El viejo Tesla... Nos hemos distanciado. No sé por qué, la verdad, eramos íntimos, pero estas cosas pasan. Supongo que es porque ya lo relaciono con todo lo que pasó y me trae recuerdos de una vida pasada que no deseo que vuelva... Pero le echo de menos. Echo de menos meterme con él diciéndole que se parece a David Bowie.
No sé.
Quizás le llame.



FIN


Y la gente sigue desapareciendo cuando tú estás y cuando tú no estás y cuando estás no me ves y cuando te veo bailar te veo bailar a ti sola y cuando te veo con gente te veo con gente a ti sola y cuando te veo reír te veo reír a ti sola y cuando te veo llorar te veo llover y cuando te veo gemir te veo llorar 
y cuando te veo cantar te veo feliz 
y cuando te veo abrazar te veo querer 
y cuando te quiero te dejo de ver y cuando te veo desnuda me veo con hambre 
y cuando te veo sin mí, a mí no me veo.

La Divina Comedia: El Hombre Invisible (II)

Sonaba un taladro o algo. No lo pude poner en pie.
El laboratorio de Nikola Tesla era el que a mí me hubiera hecho ilusión tener cuando quise ser científico: Un futbolín, una máquina de discos sesentera junto a un pinball y posters de películas y grupos musicales por todas las paredes y una diana de dardos con una foto de Edison. Algo suave de Van Halen decoraba aún más el ambiente.
La puerta de la casa siempre estaba abierta, por lo que no tuve que llamar al timbre para entrar. A Tesla no le importaba lo más mínimo que entraran a robar porque decía que el material que tenía allí era demasiado complejo como para que un ladrón supiera que hacer con él. A Tesla sólo le podía robar Tesla.
Me adentré en el laboratorio de soltero (Cosa de la que me arrepentiré para siempre) sin más recibimiento que el maullido de Amperio, su gato, al que no pude localizar por ninguna parte, y el sonido mecánico que venía del solitario y feo rincón gris, lleno de cacharros, aparatos y cables que había cerca de los ventanales del ático: el único lugar que daba una excusa para llamar "laboratorio" a aquello. Seguí el ruido y allí encontré a Tesla, vestido con su típica camiseta hawaiana de palmeritas y estrellas de mar y un máscara de soldador para protegerse de las virutas encendidas que saltaban de una lámina de acero que cortaba con cuidado. Levantó una mano, indicándome que esperase un momento. Intenté deducir que puñetas estaba construyendo, pero no se me ocurría nada que no fuera una bombona de butano del tamaño de un ser humano.
La lluvia de chispas cesó y con ella el ruido que estuve escuchando desde que entré. Mientras Van Halen recuperaba protagonismo, Tesla se levantó la visera a la vez que se incorporaba, se quitó el guante de la mano derecha y estrechó a mía.
"¡Pero si es Alejandro Candela!"
"Qué pasa, Nik".
"Has tardado 0'2 en llegar, ¿tanto me echabas de menos?"
"Es lo que pasa cuando me picas la curiosidad".
"Oh, sí, esto te va a encantar".
Me hizo señas para que le siguiera mientras andaba hacia alguna parte y me decía:
"Hacía... ¿cuánto?, ¿Un año?, ¿Dos?, ¿Cuánto hace que no nos vemos?".
"Mucho, sí".
"Pues me acuerdo de ti a menudo y me digo una y otra vez que tengo que llamarte para quedar y tomar algo por ahí, pero siempre se me va... Espero que no me tengas rencor por el distanciamiento".
"Suele pasar", le dije con sinceridad. Por supuesto que no le tenía ningún tipo de rencor ni nada por el estilo. "Es más, me ha alegrado que me llamaras. Me ha venido bien el paseo. Estoy empezando en nueva carrera y estoy nervioso".
"¿Ah, sí? ¿Te has salido de ingeniería?"
"Yep".
"Así, se hace. Las ciencias no traen nada bueno, amigo mío... ¿Y en qué te has metido?"
"Filología Inglesa".
"¡Já! ¡Tócate los huevos! Desde luego la visión de futuro no es lo tuyo, Candela".
"Vete al carajo".
"¡No te mosquees, hombre! Es broma. Mira, para que te sientas mejor, te voy a contar para qué te he traído aquí hoy... Estaba limpiando los cajones del escritorio cuando me encontré un frasco. No tenía ni idea de qué era, algo que se habría dejado olvidado el antiguo dueño de la casa, me imagino. El caso es que estaba vacío y lo iba a tirar, pero me resultó raro que pesara tanto para se tan pequeño y estar, eso, vacío. Y como soy un genio, me dio por averiguar la razón. Me puse en mi mesa de trabajo, hice cálculos, diseñé experimentos, despejé incógnitas, deduje X, le sumé Y y Z y cuando lo tuve todo a punto, cogí el frasco y lo agité con fuerza. Sonaba como si estuviera lleno de agua, pero no había nada dentro. Al menos no se veía nada".
"Bueno, tú sabes. Dicen que el agua es transparente".
"Tú madre sí que es transparente", me replicó mientras llegábamos al fregadero. "Pues eso. Abrí el bote y salió un olor dulzón. Como caramelo. Al principio pensé que el bote había estado lleno en su día de jarabe para la tos y que el sonido que hacía al agitarse era consecuencia de la resonancia provocada por un yo de una dimensión paralela que agitaba un bote que sí estaba lleno de verdad. Un sonido fantasma de otra dimensión".
"Un razonamiento lógico".
"Sí, lo sé, ¿a que soy la polla?"
"¿Qué era al final?"
"Pues... metí una jeringuilla, saqué un poco y lo puse en el microscopio de ultrabarrido sistemático que diseñé únicamente para ello y lo analicé. El resultado me dejó... muerto. El puto papel del análisis salió en blanco. Era como si dentro del frasco realmente no hubiera nada de nada. Me frustré. Así que le metí un jeringazo al gato".
"¿Que qué?"
"Amperio está ya más que acostumbrado a estas cosas".
"Deja ya en paz al puto gato, coño".
"Bah, no pasa nada. Incluso yo creo que disfruta".
El gato maulló de nuevo por alguna parte y entonces comprendí por qué no lo había visto al entrar.
"Me estás diciendo que lo que hay dentro de ese frasco..."
"Sí, eso. El gato desapareció. De golpe. Desvanecido. Como si se hubiera puesto el Anillo Único. Zas y ya no hay gato".
De pronto sentí algo rozándose con mi pierna y pegué un salto a ver que no había nada.
"¡Hostia!"
"¡Qué!"
"¡El gato!", supuse.
"¡Cógelo!"
Me agaché, pero no toqué nada. Ya no estaba. Palpé el aire unas cuantas veces a mi alrededor y nada.
"Ya no está".
"El bastardo se lo está pasando en grande".
"¿Puedes curarlo?"
"Esa es la cuestión. Sí, puedo. Pero no puedo cogerlo y ponerle en antídoto".
"¿Hay antídoto?"
"Sí. Lo diseñé en un momento, metiendo una muestra en el intercambiador de polaridad subatómico. Lo he probado con ratas y funciona perfectamente".
Era un consuelo. Para mí y para el gato.

Pasamos toda la mañana y parte de la tarde intentando cazar al gato invisible, pero todos nuestros planes fracasaban. Creo que en parte se debía los tratamientos de desarrollo de inteligencia que Tesla le había estado suministrando al animal y ahora que el bicho era un felino superdotado, era capaz de disfrutar de su sentido del humor y de nuestra humillación como especie de una forma mucho más exquisitamente malvada. Finalmente optamos por esconderle la comida y dejarle una lata de atún abierta en el interior de una jaula-trampa que compré (con mi dinero) en una tienda de cacería.
Mientras esperábamos u guardábamos silencio, me puse a pensar en aquel milagroso suero de la invisibilidad... ¿Qué debía sentir el gato? No podía sacar conclusiones que no estuvieran relacionadas con el placer de la ocultación y el poder de la libertad.
Y ahora, echando la vista atrás y recordando aquel momento, no puedo sino reírme por lo estúpido que fui. Las consecuencias de aquella tarde fueron terriblemente dolorosas y ninguno de los que estáis leyendo esto puede imaginar aún (a no ser que esto sea una relectura, claro está) lo que me iba a deparar el contenido del maldito frasco.
Un chasquido metálico nos avisó de que la jaula se había cerrado, así que nos acercamos a ver. Había algo siniestro en aquella jaulita vacía pegando saltos como si estuviera poseída mientras Amperio hacía lastimosos gritos propios de un gato derrotado. Tesla no esperó más e inyectó el antídoto en el aire a través de los barrotes. Era fascinante ver como el líquido se distribuía en la nada hasta formar un sistema circulatorio con la forma de un pequeño mamífero doméstico hasta que poco a poco fueron apareciendo unos dientes que flotaban. Luego unos ojos. Luego unas orejas. Luego un rabo. Y, al final, el cuerpo de un gato sobrealimentado con cara de listo.
"Te cacé, cabronazo", dijo Tesla entre risitas estúpidas.

Un rato después estaba yo jugando al pinball mientras él examinaba al gato. No parecía encontrar ningún tipo de efecto secundario y los análisis indicaban que la salud del bicho seguía estando en perfectas condiciones.
Cuando estaba a punto de romper mi propio record de puntos, Nikola me dijo:
"Bueno... ¿te atreves?"
"¿A qué?"
"A chutarte con esta mierda". Otra risita tonta.
"Paso", dije, aunque lo estaba deseando.
"¿Cuando se te va a presentar una oportunidad como esta en la vida?"
De nuevo repito que ojalá no se me hubiera presentado. Lo que pasó luego fue demasiado horrible. Pero por entonces no tenía ni idea de que la invisibilidad pudiera tener consecuencias como aquellas.
"¿Y por qué no te pinchas tú?"
"Porque entre lo que he gastado en las pruebas y los test con los animales solamente me queda una dosis para un humano adulto y la cantidad necesaria para elaborar el antídoto... Y no, no sé reproducirlo. Lo he intentado y no sé cómo. De todas formas una cosa como esta estará patentada, digo yo, y el antiguo dueño del piso puede aparecer y demandarme... Y tú siempre me hablabas de tus deseos infantiles de ser invisible. El poder. Asustar a la gente. Vengarte de los estúpidos ¿Lo recuerdas? Por eso te mandé el sms. Sabía que vendrías. Considéralo un regalo para ti".
Realmente yo quería. Y el quería. El único problema es que algo dentro de mí me decía que iba a ser una muy mala idea.
Pero... qué carajo.
"De acuerdo, hagámoslo".
Nikola aplaudió, aparentemente más emocionado que yo. El gato saltó de la camilla y se fue por ahí, harto de nosotros.
"¿Seguro que no quieres guardar lo que queda?", le aconsejé mientras me quitaba la camisa y me tumbaba en donde momentos antes había estado Amperio.
"Naaah... Pa qué".
No soy lo suficientemente inteligente como para debatir tal argumento salido de la boca de uno de los mayores genios científicos de la humanidad, así que extendí el brazo olvidándome de mi respeto hacia las agujas. Se acercó con la jeringuilla aparentemente vacía.
"¿Seguro que la mierda esa tiene algo? A ver si me vas a inyectar aire, capullo".
"Tchss, estate quietecito y calladito" dijo él imitando al grandullón de la Milla Verde.
"¿Me va a doler?".
"El gato no se quejó".
"Ya, pero..."
No me dio tiempo a terminar la frase. Me clavó la aguja en el antebrazo y empujó el émbolo. Noté algo frío recorriéndome el cuerpo. Empecé a sudar. El corazón se desbocó. Sentí que me desmayaba y que algo no iba bien.
Entonces fue cuando me miré las manos y las vi desvanecerse como si fuera un Marty McFly cambiando el pasado. Ahora era unos pantalones hinchados de aire. Unos botines fantasmas. Un bulto en la camilla.
Tesla me miraba. O miraba el lugar donde instantes antes había estado.
"Esto, amigo mío, ha molado más que con el gato".

Era mitad estimulante, mitad vergonzoso. Estaba ahí, delante de un espejo de cuerpo entero y solamente se veían mis vaqueros. De una forma instintiva fui y me puse de nuevo la camisa, abrochando hasta el botón del cuello y los de las mangas. Entendí entonces la necesidad de los hombres invisibles de la literatura de cubrirse el cuerpo por entero. No es por ayudar a sus amigos a encontrarles ni para seguir sintiéndose sujetos integrados en una sociedad, sino por un extraño miedo a desvanecerse. Llevar ropa es como sujetarse el cuerpo para que no se evapore o se disuelva. Un ancla para la cordura.
Pasé así un par de horas, mirando mis puños invisibles, la forma del cuello de mi camisa llevando una no-cabeza, la manera en la que flotaba una naranja que estaba sujetando.
Poco a poco me fui acostumbrando a mi nueva situación.
Y me gustaba.
Estaba preparado.
"Vale", le dije a Nikola, que jugaba a los dardos con su diana de Edison. "Estoy preparado para salir a la calle".
"Perfecto", dijo tan feliz como yo.

Me sentí Griffin.
Me sentí el Joker.
Me sentí el puto amo.

Iba a ser la hostia.
Un día donde la palabra libertad adqueriría su máximo significado.

Pero no.
Porque ese fue el día que te conocí.


CONCLUIRÁ...

viernes, 29 de octubre de 2010

Con la luz de la calle

Besarla es tontear
en serio con el canibalismo.

Como echar al azar
el lugar para cruzar un abismo.

Tantos recuerdos muertos
que abrazarla es asir un osario.

Larga noche de conciertos:
"por favor, apaga la radio".

Tiembla mucho, pero no se asusta.
No le doy la espalda a los resabios
y encuentro vivo la felicidad oculta
en la comisura de todos sus labios.

martes, 26 de octubre de 2010

Los tiene

Tiene huevos
ir de honrado, solo,
con esta cara de bueno.

Tiene narices
ir por la vida sólo
para hacerlo todo más ameno.

Tiene huevos
ser un plan de pensiones
y no una subvención de desenfreno.

Tiene narices
ver un vaso roto
siempre medio lleno.

Tiene huevos
acabar apostando "NO"
y acertar el quince de pleno.

Tiene cojones
que te tenga delante
y que te eche tanto de menos.

domingo, 17 de octubre de 2010

Clavo

Pociones con trozos de pavo,
cócteles de vermut enlatado
y hechizos sin embrujo.

Vasos con olor a esclavo,
chupitos de banco del Prado
con aguardiente y orujo.

Tantísimo tinto de toro bravo...
creo que he bebido demasiado...
y he vomitado en tu dibujo...

Un clavo no quita otro clavo
cuando lo que tienes clavado
es un clavo edición de lujo.

Este maldito martillo fiel
no quiere quitar el clavo
que se ha fundido con mi piel.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Duele la pérdida de nada.

Duele la pérdida de nada,
la falta de pulso de la ilusión,
ser un artista-parche,
un trilólogo en Nueva York.

Duele el tiempo dedicado
a pintar una vida de juguete,
a plantar plantas de plástico,
a revelar un falsísimo carrete.

Hace daño la música, la poesía,
las constantes manos cogidas,
Hace daño decirte te quiero
y decírtetelo sin paracaídas.

domingo, 10 de octubre de 2010

La Divina Comedia: El Hombre Invisible (I)

A mi Laura Mihon,
que  disfruta especialmente
de estas historias...


Cuando era un lechón, soñaba despierto con ser invisible. La culpa era de mi constante afán de asustar a la gente... y la culpa de ese afán... bueno, supongo que tendría que ir a un psicólogo o algo para que me dijera porque me encantaba ver como la gente lo pasaba mal.
Me imaginaba apareciendo y desapareciendo a voluntad de la vista de las personas, pero permaneciendo allí como un ser tangible. Me imaginaba susurrándole a la gente cosas al oído, empujando carritos de bebés en los parques, tirando jarrones en las casas, vestirme desde los pues hasta el cuello y pasearme por ahí buscando mi cabeza...
Jugando a ser un fantasma.

Fue una etapa de la infancia, supongo, pero meterle miedo en el cuerpo a la peña me entusiasmaba. Así de simple. Me encantaba contar historias de espíritus, casas encantadas y asesinos a mis compañeros de colegio y ver como entraban en clase blancos como el culo de un noble, o como se marchaban a casa todos juntos en grupo para infundirse unos a otros la seguridad de la manada por si acaso eran atacados por el camino por alguno de los monstruos de los que hablaba.
"Ayer desapareció un niño de nuestra edad en el barrio de al lado. Es el segundo en un mes. La policía cree que hay un secuestrador de niños".
Eso captaba su atención, pero no era suficiente. Lo sublime era implantarles en la cabeza una imagen del terror que sus mentes no eran capaces de sacar de lo abstracto, así que daba un paso más allá.
"Es un hombre alto. Moreno. Afeitado. Te sonreirá mientras te habla, pero cuando menos te lo esperes, te meterá en un saco".
Es decir, les insertaba en su cabecita la idea de que cualquiera de las decenas de típicos transeúntes sevillanos que se encontrarían por la calle podía ser un asesino de niños en potencia. Los chicos y chicas vivían en un estado de perenne paranoia y a mí me encantaba. Daba sensación de poder. Tenía el control. Era un puñetero Jonathan Crane en miniatura y no había ningún murciélago cerca para detenerme. Aunque, por supuesto, unos se asustaban más que otros... pero pronto me di cuenta que el principal factor para causar el miedo no era la historia que se contaba, sino la forma en la que se hacía (cosa que más tarde entendí que era aplicable a todo en la vida), así que empecé a practicar diferentes formas de hablar... Unas veces lo hacía como el prota de alguna serie, otras como el narrador de un cuento, otras como un actor de teatro recitando un monólogo o como el presentador de un programa... Sin embargo, nunca lograba cautivar a todo el mundo (otra lección que aprendí pronto, esencial en el mundillo este de la narrativa). Ha de entenderse que cada una de estas representaciones eran llevadas a cabo por un niño de 8 ó 9 añitos, así que el efecto de la situación desde el punto de vista adulto tenía que ser bastante cómico, aunque mi público tenía mi edad y mis pequeñas maquinaciones iban dirigidos a ellos, por lo que tanto para mí como para ellos aquello era bastante serio.
Entonces, un día, sin quererlo ni planearlo, provoqué mi obra maestra.
Aparte de acojonar al personal, tenía otras muchas aficiones y entre ellas estaba la historia y los tesoros (influencia descarada de ver una y otra vez las pelis de Indiana Jones). En casa de mis tíos encontré un libro sobre una expedición (real) que partió a Turquía en busca de lo que se piensa son los restos del Arca de Noé, en lo alto del monte Ararat, y me lo leí. Al final del mismo, el autor metió, no recuerdo muy bien a santo de qué, un montonazo de profecías y teorías sobre el inminente fin del mundo y de cómo poco a poco se iban haciendo realidad. Era, como diría Iker Jimenez, cuanto menos, inquietante.
Me llevé el librito a clase de religión con la intención de enseñárselo a la profesora y ganarme algún positivo (pelota). Cuando se lo mostré y le conté lo de las profecías, me dijo que no me creyera esas cosas,  a lo que contesté, muy inocente yo, que por qué esto no lo debía creer si estaba en la Biblia y otras cosas sí. Me mandó a mi sitio sin contestarme y cuando mis amigos me preguntaron qué había pasado, les conté todo. Profecías apocalípticas incluidas. Sin comerlo ni beberlo, la clase entera empezó a preguntarle a la profesora si nos íbamos a morir todos. Aún recuerdo la escena y ahora, cuando la visualizo, me maravilla aún más. Dos docenas de niños proclamando el fin de los días, absolutamente convencidos de que el cielo podía ponerse a llover fuego en cualquier momento. La clase se acabó, pero a la siguiente hora, con otro profesor y otra asignatura, el tema seguía. Todo maestro que entraba por la puerta era interrogado. "Don Nosequién, ¿usted se ha enterado de que se va a acabar el mundo?", "Doña Nosecuál, ¿cuándo cree que pasará?". Todos nos daban largas. Decían que eran cuentos de hadas. Y cuanto más ignoraban el tema, más se caldeaba el ambiente. Supongo que es lo más cerca que he estado nunca de montar una secta. El pánico se mantuvo hasta que llegó Don Ángel, el maestro que, con toda seguridad, más me moldeó mi mente infantil. Don Ángel era lo que se dice un puto crack. Era el profesor de Ciencias Naturales, pero sabía de todos los temas y nos daba consejos para aprobar y aprovechar al máximo cualquier asignatura. Fue el primer sabio que se cruzó en mi vida y también quien acabó con la histeria colectiva de aquel día. Don Ángel, al entrar en clase y ver el ambiente, me pidió el libro, leyó las profecías y, mientras me lo devolvía, se dirigió a los demás: "Es cierto. El fin del mundo se acerca".
Me cagué.
Aquello juro que no me lo esperaba. Hasta ese momento yo había sido el creador del miedo y jamás había probado mi propia medicina.
¿Cómo?, ¿qué?, ¿perdona?, ¿que el fin del mundo se acerca?, ¿hola?
Lo que más me impactó fue la seguridad con la que lo dijo. Y esa mínima sonrisa que tenía, como si acabara de revelarnos un secreto únicamente reservado para un grupo de elegidos. Era como "vale, me habéis pillado, os lo voy a contar". 
Don Ángel se fue a la pizarra y nos contó que el mundo tal y como lo conocíamos llegaría a su fin pronto... porque la ciencia avanzaba a pasos agigantados y estaban próximos a descubrir en la cadena de ADN como eliminar el gen del dolor. Como alargar la vida. La agricultura genética lograba hacer cultivos más resistentes en cualquier parte del mundo. No habría hambre. La energía renovable y sostenible estaba a la vuelta de la esquina. No habría necesidad de guerras porque el Hombre estaría satisfecho. Inmortalidad sin dolor, paz, satisfacción. Eso, dijo Ángel, es el Paraíso. Así que sí, el libro tenía razón. El fin estaba cerca.
Qué cabrón. Le dio la vuelta a la tortilla como un verdadero profesional.
Yo, que me había acojonado por un momento, compartía ahora la sensación de paz general. Don Ángel nos había apaciguado y el miedo se había disuelto como humo de tabaco en un balcón.
Y encima, este simpático señor me enseñó una nueva forma de contar las cosas y que te crean...

Mi gusto por asustar con el tiempo fue derivando en gusto por divertir. Gusto por entretener. Gusto por enseñar, por sorprender, por maravillar. La cara de la gente mientras les cuentas una historia que les gusta, una anécdota que les apasiona, un consejo que necesitan... bueno, ya sea cara de terror o de alegría, la cuestión es eso lo que hace que narrar valga la pena.
Otra forma de decirlo es "gusto por llamar la atención". Pero seamos sinceros, eso lo tenemos todos. Lo que pasa es que cada uno lo hace a su manera.
Hasta los fantasmas lo hacen. Los muertos, me refiero, no los fantasmas vivos, que también.

Estaba pensando en esto cuando me llegó un sms de alguien a quien hacía mucho que no veía. Un viejo amigo de la infancia. ¿No es genial cuando estás pensando en algo y de repente ese algo se pone en contacto contigo?

Tngo l suero d la invisibilidad. Vas a flipar.
Vn al lboratorio kndo kieras/puedas/t slga d ls uevos.

El mensaje venía del teléfono de Nikola Tesla y antes de que saliera el salvapantallas de mi móvil, ya me había puesto la chaqueta y estaba saliendo por la puerta, de camino a su casa.



Continuará...

jueves, 7 de octubre de 2010

Ronchas

I

Las marcas de dientes en mi lengua
son producto de tus ganas de silencio.
Las marcas media-luna en mis manos,
testigos de constante resignación.

II

Miembros hinchados a picotazos
de mosquitos, hormigas y pullazos.


III

Por amor a la paz
(por miedo a la guerra)
enfrentamos cara y cara
en vez de boca y boca.

Por miedo al amor
(por amor a la nada)
silenciamos el corazón,
le das una bofetada.

IV

Regalar Afterbite por San Valentín
y Thrombocid en el aniversario.

lunes, 4 de octubre de 2010

Asunto: ajandemorenauar, jarl


Estimado Digo Diego:

¡Fallaste el reto! Me quedé esperando tu mail pero no me llegó. Muy mal, muy mal... De todas formas no te guardo rencor pues sé que eres un funcionario con una agenda apretadísima, aunque suene paradójico.
Te escribo hoy para hacerte una pequeña petición. Siempre hubo un poema tuyo que me encantó. Es breve y fácil. "Y estas ganas de ser Ulises en tu cuerpo". Lo recuerdas, ¿verdad? Pues escribiendo el otro día un poema (sí, me ha dado por ahí ahora) me encontré colocando esas palabras tuyas entre unos versos de mi cosecha y te quería preguntar si no te importa que lo utilice.

Sé que no es gran cosa (el poema) y que puede ser muy cutre, pero ha sido una buena catarsis.

Espero que me contestes pronto. ¡Un abrazo enorme!
Alejandro Candela Rodríguez.

-----------

¡Amadérrimo Ale!

Perdona que no te haya llamado, pero tengo un lío enorme... Casa nueva, viajes, las clases, los kilómetros, las ausencias... Mil perdones.

Muchísimas gracias por insertar esa cita en tu poema, es todo un honor. Fíjate, ese uni-verso es, a pesar del tiempo y la distancia, de lo que más me siento orgulloso pasados los años. Está muy condensado. Dice muchas cosas, pero para mí hay una muy importante: no temas enamorarte, como Ulises no temió lanzarse a las aguas para volver as Ítaca. En Las sombras del agua [Diego Vaya, Editorial Alhulia] hay otro poema relacionado con este tema.

En cuanto a tu poema, me ha encantado: tiene ritmo y emoción, y está vivo, como un pez que salta en la red que recoge un pescador. Falta técnica, pero eso se gana con la edad y las lecturas. Pero para mí lo más importante es que has entrado ya en la escondida senda por la que han ido...

Un abrazo.
Diego Vaya.

domingo, 3 de octubre de 2010

Poison Aibi

Ser rubia no te justifica,
ni la otra rubia
en su buena barrica,
ni el vino
en tu graciosa barriga,
ni "me voy que
me aprieta la vejiga",
ni la carretera
como fácil salida,
ni tu lágrima
de niña perdida,
ni tu boca
quedándose sin saliva...
tener a mi corazón
pidiendo una lavativa.

A ver, tesoro, cómo justificas
llenarme la sangre con pesticidas,
sangrarme la pasión a medicinas,
medicarme mis justas siete vidas.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Y si te miro mal la culpa es tuya.

que tanto me ha enseñado.

Y si te miro mal la culpa es tuya
por andar con demasiada elegancia,
por hacerme pensar en elefantes
cuando me apetece otra extravagancia.

Por transformarme en electrón negativo
y solitario sin su debida toma de tierra,
y condenarme a lo muy antideportivo
para poder matarme en mi propia guerra.

Por elegirme ser un hombre tachado,
una persona non non non grata,
una campana sin badajo,
un gran gato negro sin su gata.

Y que me rebajes mis precios
por ser una antigualla sin barniz
y no parte de tu elenco de necios;
por nombrarme crío a quien limpiarle la nariz.

Por electrificar las espinas que me impones
cada vez que voy y te quiero como un capullo.
Por olvidar que vas y partes mil corazones
por ser incapaz de conservar los pedazos del tuyo.

Por hacerme perder toda mi sansónica fuerza
sin molestarte ni en intentar cortarme el pelo
y encadenar mi antes elevadísima gloria
a mejor cuanto más y más pegada al suelo.

Por provocarme dejarme la métrica perdida
en ese montón de apuntes ilegibles
y vivir con una poética descosida
con elepés de Sabina, Sammie y Bubles.

Por poner en mi boca tunantes elegías:
"no seré lo que pedías pero soy quien más te quiso",
y obligarte a descifrar este ¡já! galimatías:
"no se pescan to los días atunes en el paraíso".

Por forzarme a tocar a Ruibal
con más dolor que otra cosa,
"Oh, vaya, Catulo ni tiene rival
a la hora de cavaros una fosa".

Por condenarme a compararte a Lesbia
y ver tu cara en cada uno de sus versos.

Por abrazarme demasiadas veces
y luego demasiadas pocas.

Por reírte de mis gracias
y luego mirar para otro lado.

Porque sí.

Porque voy a quedar mal y me da lo mismo.

Por quererme y necesitarme tantísimo y tan poco.

Por darte cuenta y no darte cuenta.

Porque no.

Por abrir la caja de caudales de mis recursos de olvido.

Por desvalijar los ahorros de mi cuenta de imaginaciones.

Porque los barcos en vez de ir en tu busca van en tu contra.

Por mis ganas de ser Ulises en tu cuerpo...

Por ser una grandísima elemento sin menta.

Por no rimar porque mejor te aliteras.


Porque, cariño, al final, la culpa es mía.



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Porque siempre hubo clases y yo soy el hombre invisible
que una vez soñó un imposible parecido al amor.

Porque el mundo es injusto, chaval,
pero si me provocas
yo también sé jugarme la boca,
yo también sé besar.

(Joaquín Sabina)

martes, 28 de septiembre de 2010

La Triste Historia de Little John (3ª Parte)

Odessa, Texas.
Toy Place Pub.
21:42


‘Toma tus estúpidos ganchitos y termina tu estúpida historia’.
‘No es estúpida, es real. Tan real como lo es Little John, muchacho. Little John… Bueno, Little John ya no es Little John. Ahora es Old Will. Y antes de que me preguntes nada, ni se llama John, ni se llama Will. No le dice nunca a nadie su verdadero nombre; solamente lo sabe él y su madre. Pues Old Will regenta un bar de carretera en Ohio, uno de esos antros donde solo hay camioneros como yo… El condenado es ahora un perro viejo; ahora si que le viene al pelo lo de Old’.
‘¿Qué pasó con él?’.
‘Bueno, je, seguramente me pasé diciendo que lo “fusilaron”, pero solo usé las mismas palabras que él utilizó cuando me lo contó. Uno de los japos le puso la pistola en el pecho y ¡BANG! La bala le atravesó y él perdió el conocimiento. Lo dejaron allí tirado, creyéndole muerto, pero obviamente, no lo estaba. Lo que sí pasó fue que perdió mucha sangre, tanta que yo creo que fue eso lo que le dejó medio tarumba, ¿te he dicho que está medio tarumba?, pues lo está. A la mañana siguiente se despertó; el hombro le dolía tanto que casi no le dolía apenas. Tú me entiendes lo que quiero decir. El tío los tenía cuadrados, por que si no yo no puedo explicarme que aún tuviera fuerzas para tratarse la herida. Cogió dos planchas de piedra muy fina, las lavó bien con agua de mar y con ellas se taponó la herida de entrada y la de salida, atando un trozo de su chaqueta a modo de venda, para sujetarlas bien. Ya te digo, cuadrados. Es un tratamiento poco ortodoxo, supongo, pero aquel tío lo hizo y, joder, está vivo. Tarumba, pero vivo. Luego pasó dos días en aquel maldito islote, él solito. Él y las cenizas de la torre. Los japoneses… Dios sabe donde se fueron. A vigilar otro islote, seguramente, ya que ese estaba perdido. Al tercer día, un barco de pesca local lo rescató.’
‘Santo Cielo. Yo no hubiera aguantado vivo’.
‘Ni tú, ni yo, ni nadie… bueno, yo a lo mejor. Pues estuvo viviendo con aquellos pescadores durante siete años, trabajando con ellos. Dijo que en siete años no entendió ni una sola palabra de lo que hablaba esa gente. Ni siquiera supo decirme en que país estuvo. Pasados esos siete años… que tengo la impresión, sinceramente, de que fueron más, se levantó un día y, sin decirle nada a nadie, se largó. Se metió de polizón en un mercante que iba a Hawai, pero el muy imbecil acabó en Alaska. Allí conoció a su mujer. La dejó preñada y ella quiso tener el niño en su Ohio natal. Y en Ohio acabó su viaje. Allí está él. Little John. Old Will. En su bar de carretera. Medio tarumba o tarumba completo. El ejercito puso su nombre en una placa conmemorativa en Washington: “En memoria de Little John”. Ya ves.
‘Una historia muy triste’.
‘Es triste. Incluso si lo miras desde cualquier otro punto de vista, es triste’.
‘Sí’.
‘¿Te hace otra?’.
‘Sí, claro. Otra. A la salud de Little John’.
‘Y otra a la salud de Old Will’.

Fin.

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Apéndice.

Los rumores se han confirmado. Uno de los mayores secretos de la industria del cine contemporáneo ha sido revelado en exclusiva para nuestros queridos lectores:

Clint Eastwood ha adquirido los derechos de la aclamada novela “La Triste Historia de Little John”. El prestigioso actor y director (entre otros oficios que domina) confesó la semana pasada a LOS PIES FRÍOS estar enamorado de esa historia y de sus enormes posibilidades cinematográficas. Según sus declaraciones, inmediatamente después de leerla se puso a co-escribir el guión junto al también director y guionista David Koepp (escritor de “La Habitación del Pánico”).

Poco se sabe sobre el reparto. Los rumores hablan de que los dos tertulianos del ya famoso Toy Place Pub serán interpretados por Kris Kristofferson (“Pat Garret y Billy the Kid”, “I’m not there” y Willem Dafoe, siendo el primero el narrador principal de la historia.

Para encarnar al personaje central, Little John, se barajan actores de la talla de Steve Buscemi (“Reservoir Dogs”, “Fargo”), Ethan Hawke (“Training Day”, “Gattaca”) o Cillian Murphy ("28 Días Después", "El Viento que Agita la Cebada", "Batman Begins"), pero hasta ahora son todo habladurías.

El director también ha explicado que el resto de personajes, anónimos en la novela, serán bautizados en el filme y tendrán mayor protagonismo para darle más peso al guión.

Cuando se le preguntó por la fecha de estreno, no supo contestar. Se limitó a decir “Creo que para Abril de dos mil y pico…”


domingo, 19 de septiembre de 2010

La Triste Historia de Little John (2ª Parte)

Odessa, Texas.
Toy Place Pub.
21:36

‘Aquí tienes’.
‘Total. En la decimocuarta misión “destorretaislas”, un golpe de mar volcó la barca de los muchachos cuando estaban a punto de llegar al islote donde estaba el próximo objetivo. Toda una soberana putada. Era de noche, había tormenta, el mar encabritado. Imagínate. Pero estuvieron rápidos, muy rápidos, y enseguida solucionaron el problema: agarraron la embarcación y nadaron hasta la orilla. Allí le dieron la vuelta y todo quedó en un susto. Todos estaban perfectamente. Todos menos Little John. Nadie le había visto desde que volcaron. Querían ir a buscar a su compañero caído, pero tenían que cumplir una misión importantísima, tenían que neutralizar la torre. ¡Ah, amigo! Sin embargo, eran unos buenos camaradas, unos grandes compañeros, los mejores. Excelentes. ¡Magníficos! Así que hicieron lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar… Correr en silencio hasta la torre, poner la bomba y salir de allí cagando pepinos. Cuando volvieron a echarse al agua, susurraron el nombre de Little John, por si se daba la casualidad de que estuviera flotando vivo por los alrededores. No lo encontraron. Luego dijeron que hicieron todo lo que pudieron. Más cabrones. ¿Quieres saber el resto de la historia? Yo te la cuento. Little John llegó a la playa justamente cuando los muchachos se iban. Veinte minutos después… ¡BOOM!. ¡Ja! Ni te imaginas. Resulta que en el islote había un batallón completo de soldados japoneses. No me preguntes que hacían allí. No lo sé. Seguramente la Operación Mo iba del carajo y se permitieron mandar alguna que otra expedición a cazar a los tíos que iban por ahí poniendo bombas en sus islas. El caso es que Little John se cagó en todo lo que parió una madre cuando se vio a él sin fusil y un puñado de amarillos cabreados corriendo y gritando por todo el islote con ganas de arrancar pellejos’.
‘Joder’.
‘Lo rodearon y, después de que cada uno le diera su correspondiente patada en la boca, lo fusilaron allí mismo. Supongo que no tenían ganas de tomar rehenes o que estaban durmiendo cuando la bomba explotó… tú ya sabes, los japoneses son personas con mal despertar’.
‘Joder’.
‘Efectivamente’.
‘Pero dime…’
‘Digo’.
‘… hay una cosa que no encaja. Si el equipo se había marchado sin localizar a Little John y a él lo fusilaron luego los japos, ¿cómo puñetas sabes tú lo que pasó?’.
‘Ah, bueno, eso. Lo sé de primera mano’.
‘¿Sí? ¿Me vas a decir que tú eras miembro del equipo y que ahora me cuentas la historia de cómo abandonasteis a un compañero como cobardes para que, de alguna manera, la confesión haga que te perdones a ti mismo?’
‘No seas capullo. Lo sé de primera mano porque Little John me lo contó el mes pasado’.
‘¿Perdona?’
‘Eres un enfermo’.
‘¿¿Perdona??’
‘Sí, un puto enfermo… ¿Me has traído una cerveza sin ganchitos? ¿Qué clase de persona te crees que soy? ¿Cómo pretendes que me beba una cerveza sin ganchitos? ¡Sin ganchitos!’
‘Imbecil… ahora vengo’.
‘Good’.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La Triste Historia de Little John (1ª Parte)

Odessa, Texas.
Toy Place Pub.
21:34

‘Little John trajo su fusil a la misión, eso dicen, eso comentan, pero es mentira. Una sucia mentira. El Comandante sabe la verdad, pero si le preguntas, te dirá que “esa” es la verdad. Ya ves. Así están las cosas. Lo que pasó fue que Japón seguía dando por culo en el Pacífico Sur y el ejército americano mandó un grupo de élite a destruir unas cuantas torretas de comunicaciones que tenían repartidas por todas las islas de por allí. Tú sabes, solo por joder, ya que, sinceramente, no es que eso fuera a cambiar mucho la situación. Y por supuesto era una misión secreta... Pues uno de esos hombres enviados era Little John. Little John el valeroso. Le llaman valeroso ahora, antes no lo era. Y no lo era básicamente por dos razones: porque no lo era, joder, no lo era y porque no puedes ponerle el calificativo “valeroso” a un tío al que llaman “little”. De cualquier manera, la cosa marchó bien. Por un tiempo, al menos. El equipo reventó varias torretas en varias islas en un par de semanas y los japoneses perdieron tiempo en repararlas. Aunque no demasiado. Los chicos estaban contentos. El Comandante estaba contento. El alto mando estaba contento. Todos contentos. Incluso los japoneses lo estaban. Pero ellos lo estaban porque veían con placer y regocijo como nosotros destrozábamos torres de comunicaciones mientras ellos preparaban en secreto su gran Operación Mo. Un gran ataque que ninguno de los nuestros se olía. Ellos invadiendo países y nosotros haciendo sabotajes chapuceros. Como para no estar contentos. Ellos, me refiero’.
‘¿Y qué pinta Little John en todo esto?’
‘Pídeme otra cerveza, ¿quieres?’.

lunes, 30 de agosto de 2010

LA PUTA DE BABILONIA

Oh, tú, Querido Lector
que lees estos pseudo-versos,
¡he de advertirte! Esto no es calidad,
yo no soy uno de esos.

¡Frena tu lengua!
¡Esto no es un poema!
¡Es un fallo gramatical!
¡Y no es ningún problema!

Te ofrezco una anécdota, una diversión,
un divertimento, no una magna creación.
Relájate, relájate, no hay por que tener el culo agachado,
si te apetece leer verdadera poesía, feliz te recomiendo a Machado.
...

Sevilla, tarde, puente sobre el río,
lugar perfecto para fotos y pasiones,
siempre que puedas ignorar el ruido
de motos, coches y camiones.

Comen helado, miran mapas, señalan con el dedo:
los guiris explotan la situación.
Sus cámaras roban las almas
de buena parte de la población.

Dos de ellos me llaman la atención,
chico y chica, blancos inmaculados,
apoyándose en la barandilla,
dándose el lote, bien concentrados.

Al pasar a su lado, ella me mira,
empuja atrás a su amado amante
y, con acento tejano, sonríe
mientras dice "¡Hola, Caminante!"

Extiende el brazo, su mano,
me ofrece un papel, un folleto.
Me incomoda detener su faena,
así que, rápidamente, pillo el panfleto.

¡Santa Virgen! Esto si que no me lo espero:
"¿Crees en Dios?, ¿Quieres conocer el camino?,
¿Quieres saber cuál es tu verdadero destino?"
Miro atrás, ahí siguen, con su tema y con esmero.

Imposible. No creo ¡Qué delicia!
Blancos inmaculados.
¡Genial!, ¡Mormones!, ¡Qué malicia!
Ahí, bien concentrados.

¡Sí, Señor! Difundiendo la buena palabra de su profeta
mientras el diablillo le agarraba bien su santísima teta.
Toda una experta, veo, en estas ceremonias.
Más profesional que la Puta de Babilonia.

Misionera de Moroni, en dulce labor,
si así captas adeptos, ¡cáptame, por favor!

sábado, 28 de agosto de 2010

FUE UN ACCIDENTE


Nos encontramos en las Islas Molucas, donde hoy es día de juicio contra uno de los aldeanos.

Los hechos por los que el Acusado, cuyo nombre no será revelado por petición expresa de las autoridades, está frente al consejo de sabios de la tribu se remontan una semana antes. El Acusado formaba parte de un grupo de individuos que, como cada fin de semana, habían partido hacia el interior de la isla en busca de cabezas que cortar, como manda la tradición. Nada en la conducta de los cazadores de hombres hacía presagiar el terrible acto que estaba a punto de suceder.

Gracias a testigos presenciales, el incidente ha podido ser reproducido con exactitud.

Todo estaba en orden y la actividad estaba siendo llevada a cabo dentro de los márgenes legales, cuando divisaron a la primera presa del día: una mujer que se encontraba recolectado fruta de unos árboles muy cerca de su casa. Para no hacer ruido y así no delatar su posición, los cazadores se comunicaron por señas y dispusieron un cerco alrededor de la presa en forma de abanico, dejando en el centro al Acusado, de quien se comenta es el mejor recolector de cabezas de la región. Lentamente, el equipo fue avanzando por entre la maleza hasta estar lo suficientemente cerca de la mujer para lanzar el ataque, pero al mismo tiempo lo suficientemente lejos como para que ella no pudiera siquiera sentir su presencia. Cuando cada uno estuvo en su posición, el Acusado comenzó a acercarse poco a poco a la mujer, mientras levantaba el largo y afilado machete para asestarle el golpe mortal en la nuca. Entonces, sin que nadie pudiera evitarlo y pese al intenso entrenamiento y experiencia que el Acusado había recibido, la mujer repentinamente se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los de su recién convertido agresor. Desgraciadamente, el sujeto ya había comenzado a descargar el golpe cuando esto sucedió y no pudo hacer nada por evitar la muerte de la mujer.

Ahora, el consejo está reunido dentro de la choza principal, mientras el Acusado y los testigos esperan fuera. Los sabios salen al exterior y ocupan sus asientos alrededor del Acusado. Entonces, el anciano principal se levanta y habla:

“Las leyes son claras. El Acusado será procesado por homicidio involuntario. A continuación el consejo se retirará para evaluar cual será la condena, que procurará rebajar dado el historial tan competente del Acusado. Así, el juicio queda aplazado para dentro de una hora, momento en el cual toda la tribu, así como los familiares de la víctima, deberán estar presentes”.

El Acusado se pone en pie de un salto y grita:

“¡Fue un accidente! ¡Por favor! Deben entenderlo. Yo no quería matarla ¡Yo no quería matarla, sólo cortarle la cabeza! ¡Fue un accidente! ¡Pónganse en mi lugar, se lo suplico!”

Pero el consejo no quiso escucharle y se metió nuevamente en la choza. Y es que las leyes son claras. Si la víctima entabla contacto visual con su agresor, la cacería de cabezas pasa a considerarse asesinato.

Las leyes son claras.

viernes, 27 de agosto de 2010

SIMETRÍA 1

Final/


Negro/Naranja

Alcohol/Gazpacho

Purpurina/Lunares

Nada/Agua

Odio/

Nada/Tierra

Niña/Mujer

Pregunta/Recuerdo

Baile/Música

Impulso/Sabiduría

          /

Ruido/Risa

Indecisión/Liderazgo

Llanto/Manos

Cruz/Cara

Nada/Viento

          /Amor

Oído/Boca

Rojo/Dorado

Lentejuelas/Gasas

Nada/Fuego

                 /Principio.

domingo, 27 de junio de 2010

La Divina Comedia: Ciudad de Cristal (III)

La casa de Sergio y Espe era la leche. Ocupaba toda la segunda planta de un pequeño edificio, vestigio de la Sevilla más antigua, a un tiro de piedra de la Encarnación. Estaba decorada de una forma juvenil y moderna, prácticamente sacada de una página del catálogo de Ikea, pero aún así olía todo todavía a fotos sepia mezclado con madera vieja. Pero lo que más me llamó la atención fue el suelo. Aún conservaba la solería original; juegos geométricos de triángulos, pentágonos, y cuadrados descoloridos por las pisadas del tiempo, con cientos de arañazos, raspados y arrugas. Aquel piso era una anciana vestida de universitaria.
Me invitaron a sentarme en el sofá verde oliva, que hacía juego con el resto del decorado y me sirvieron un ron con cola. Tomaron asiento y la charla comenzó, previa conexión de la cadena de música, que empezó a susurrar Enrique Bunbury.
Hablamos de los llamados buenos tiempo, de la gente que conocimos en el instituto y de cómo les iba ahora. Mientras escuchaba, una parte de mí reflexionaba sobre el consejo que Paul me había dado un rato antes y supe que, al igual que un personaje de una novela, para entender mi situación actual debía comprender quién había sido yo y cómo había llegado hasta ahí, así que atender a las historias de otros igual me ayudaba a mi propia recapitulación.
El animalario empezó con Miguel Ángel, el criminal nº1 de nuestra clase en la E.S.O, típico camorrista cuya misión en la vida era incordiar al profesorado, a sus compañeros y a todo el que se le pusiera a tiro, amén de quemar papeleras, sabotear exámenes y meterse en una o dos peleas al mes. Lo normal para su rol. El chaval, como era de esperar, abandonó los estudios al llegar a Bachillerato y se dedicó a ayudar a su padre en la empresa de mudanzas en la que trabajaba. Eso era lo último que yo había legado a saber de él y, la pura verdad es que nunca me interesó lo más mínimo lo que le pasara. Nunca volví a pensar en él hasta el momento que Esperanza lo sacó a conversación.
"Por lo visto estuvo trabajando cargando y descargando muebles hasta que un día, en una de esas mudanzas, conoció a una chica de buena familia que estudiaba Derecho y se estaba independizando. Se gustaron, se enamoraron y se fue a vivir con ella".
"Qué pelotazo", dijo Sergio.
Naturalmente no era el final de la historia. Mejoró aún más. el suegro de Miguel Ángel le ofreció la oportunidad de estudiar de nuevo, pero el chaval se negó rotundamente; no se sentía capacitado para retomar una vida estudiantil que jamás había querido y decidió continuar trabajando. Pero el suegro, que le había cogido mucho cariño y estaba empeñado en mejorar su calidad de vida, insistió en darle oportunidades. Finalmente lo contrató como chofer personal.
"¿Chofer?", pregunté. "Madre, pero ¿en qué trabaja ese tío?"
"Nueva Rumasa".
El tema era, cuanto menos, curioso. Típico inútil se enamora de partidazo pero, he aquí que los padres de la chica no son ogros y aceptan con los brazos abiertos al delincuente juvenil, ahora reconvertido en responsable enchaquetado. El amor, ese gran culpable de grandes giros argumentales que te lleva de cargar muebles a conducir un BMW mientras vives con una rubia inteligente.
De pronto sonó Lady Gaga en la radio y por un momento me desconcerté.
"A mí me parece una injusticia", dijo Sergio.
"¿Por qué?"
"Porque hay gente que se esfuerza mucho y no logra nada y luego tiene que aguantar a pringaos que tienen la vida solucionada por enchufe".
"Injusticia es que maten a tu hijo y le echen dos años de cárcel al asesino. Esto es, simple y llanamente, la vida y sus golpes de suerte. Me vas a decir que si a ti te ofrecieran la solución a tus problemas no la ibas a aceptar porque otros han sacado más notas".
Hipócritademierdaquevivedeputamadreenunpisopagadoporpapá, pensé, pero no lo dije. Sonreí.
"No sé, no sé", respondió él, agitando la mano.
"Ale tiene razón, cari, hay que dar las gracias por los golpes de buena suerte porque luego vienen los de mala suerte", dijo Espe plantándole un sonoro beso en la mejilla.
"Yo me alegro por Miguel Ángel". De todo corazón.
"Y yo, y yo", dijo Sergio.
Ya, claro.
"A mí me parece más curioso lo de Marcos", dijo Espe. Marcos era otro como Miguel Ángel, pero no tan intenso. "Cuando terminó el instituto, no hizo nada... hasta que de pronto se hizo policía. Bueno, no tan de pronto. Estuvo unos años preparándose y al final lo consiguió. De delincuente juvenil a policía".
"Como un personaje de comic", dije.
De Marcos pasamos a Anabel, matrícula de honor habitual en química; Rosa, regente de un bar de copas de éxito con su novio; Carlos, se mudó a Granada con su familia y estudia alguna ingeniería; Jorge, audiovisuales; Diego, Elena, Carmen, Cristina y Alberto son fisioterapuetuas; María, la otra Carmen, Maite, Isabel son ya maestras de escuela. El repaso continuó y los éxitos de cada uno flotaban en el ambiente con la misma densidad que el ambientador de limón que había enchufado por alguna parte. Ahora U2 amenizaba la sesión de terapia.
Finalmente, llegamos a mí.
"Bueno, ¿pero qué hay de ti, Ale? Si te digo la verdad, no sé que hiciste después de selectividad".
"Yo tampoco".
Rieron. Me encanta que la gente me ría las bromas que son mitad coña, mitad sincera verdad, porque ni ellos ni yo sabemos de cuál de las dos mitades nos carcajeamos.
"A ver, cuéntanos", insistió Sergio.
"Pues... al acabar bachillerato yo creía que quería ser científico. Había hecho el bachiller de ciencias de la salud porque me molaba más la rama de la vida que la de ciencias puras, aunque saqué unas notas pésimas. Quería dedicarme a la botánica o algo. Quizás crear un ejército de plantas inteligentes que me ayudaran a dominar el mundo". No se rieron con eso. "Finalmente vi que la opción más viable era Ingeniería Técnica Agrícola, así que me matriculé ahí".
La realidad era que me matriculé en aquel coñazo de carrera porque no tuve, ni de cerca, nota suficiente para entrar en lo que yo había deseado de verdad: Audiovisuales.
"Estuve un curso entero, esforzándome en sacarlo adelante pese a que me consumía el alma estar allí y, al final, no me quedó más remedio que tirar la toalla y meterme en otra cosa".
"¿Entonces?"
"Filología".
"Oh... eso es para ser profesor, ¿no?", dijo Sergio.
"Entre otras cosas".
"Sí, pero más que nada profesor, ¿no?", dijo Espe.
"Sí, entre otras más cosas".
Asintieron, pero no creo que me escucharan. Continué.
"Realmente fue una decisión lógica, pero a la vez extraña. Siempre me gustó contar cosas, hablar, escribir, investigar... Así que vi correcta la elección de tomar como carrera aquella que se dedicaba a leer y analizar textos, así como el lenguaje. Pero siempre me gustó la literatura anglosajona más que la española - aunque ahora le aprecio muchísimo más -, por lo que decidí meterme en Filología Inglesa. Además, allí tenía a mis colegas Rosso y Alexander, por lo que aburrirme, no me aburriría".
"Alexander era el hijo de la Charo Parejo, ¿no? Estaba claro que aprobaba todo porque tenía enchufe", opinó Sergio, quien poco a poco me iba cayendo cada vez peor.
"Lo cierto es que Alex te daba mil vueltas en todo, no sé si te acuerdas de ese detalle".
Sergio se quedó callado, mirándome mientras meditaba si le acaba de atacar o solamente era una de esas bromas mías que no se sabe si hablo en serio o no. Naturalmente le estaba atacando: nadie se mete con mis Bro's sin que su dignidad lo pague.
No le di mucho tiempo a pensar, porque seguí hablando. De pronto me di cuenta que estaba contándome mi vida a mí mismo más que a ellos, y me gustó aquella sensación. Hablaba para mí; Sergio y Esperanza eran puro atrezzo.
"Allí estoy desde entonces, leyendo cosas chulas y cosas aburridas, escribiendo... Dedicándome a las letras,, en plan artista bohemio, básicamente. Gané el primer certamen de relatos de ciencia-ficción de la facultad de filología, por cierto. Bueno, quedé segundo. El primero fue Rodríguez-Izquierdo, un querido profesor que se jubiló, pero que ahora es alumno porque estudia otra carrera - de verdad, cuando ese tipo se muera, su alma seguirá yendo a clase. Ganó con una relato repelente, pero mi compadre Esteban, en cuya palabra confío with my life, había estado metido en el asunto y me dijo que le dieron el primer premio a él como "homenaje" y "consolación" porque siempre se presentaba a estas cosas y perdía. ¡Victoria moral para Candle! ¡El único logro importante que tengo en mi vida es un mp3 de dos gigas que me dieron como premio! Pero al final fue una mierda porque no nos publicaron los relatos, tal y como prometió la Universidad de Sevilla, esa entidad que siempre antepone su nombre y el money a la promoción de la cultura. ¿Os he comentado alguna vez que creo que el rector es el mal? No, claro que no, no os he visto en... 5 ó 6 años y la verdad es que nunca fuimos amigos. De hecho sé que os metíais conmigo a muerte. ¡Pero qué más da! Me va como el culo en la carrera. Todo el mundo tira hacia delante y yo estoy estancado en mí mismo... pero al menos "mí mismo" es guay. Debo ser retrasado mental o algo así porque haga lo que haga, estudie mucho o me toque los huevos, saco siempre 4,5 en casi todas las materias. Apruebo a trompicones, estoy gordo y mis romances son más o menos igual de patéticos. Soy un romántico de mierda y por ello me llueven los palos con más frecuencia que al Betis y, aunque luego voy de cínico, sigo siendo un moñas que nunca aprenderá. No me dura una novia más de unos meses y siempre me las busco lejos. Cuanto más lejos, más enamorado estoy. Soy un triste, pero, hey, tengo un sentido del humor que te cagas, los mejores amigos del mundo y el pelo rizado. Y entiendo Lost. ¿Qué más se puede pedir? Ah, sí. Otro cubata, por favor".
Creo que hubiera tenido un orgasmo si en aquel momento hubiera pasado uno de esos arbustos rodantes de las películas del oeste, pero sí que fue genial escuchar un perro ladrar en la lejanía. Algo es algo.
"Bueno... pues... yo te veo bien", dijo al fin Esperanza.
"Gracias, no sabes cuanto significa", dije. Con sinceridad, lo juro. Unas buenas palabras después de una autoflagelación siempre son agradables.
Sergio se levantó y fue a la cocina.
"Un ron-cola más sí que te puedo poner".
"Te lo agradezco".
"¿Sabes?", continuó diciendo,"no eres el único al que le va mal. A mí no me concedieron la beca el año pasado y me tuve que poner a trabajar. Fue una putada. Y, bueno, en asuntos de pareja, todo el mundo tiene problemas de vez en cuando".
Esperanza le echó una mirada asesina de la que el pobre Sergio no se percató.
"¿Problemas?", preguntó ella, como si la palabra se hubiera quedado corta.
"Problemas, roces..."
"¿Roces?". El tono fue mucho más agresivo.
De pronto caí en la cuenta de que la parejita feliz había ocultado hasta ahora una tensión extraña que ahora amenazaba con romper. Hice memoria y me sorprendió no ver nada a lo largo de la noche que me hiciera pensar que tenían problemas. Sinceramente, fue una agradable sorpresa. Y yo un mezquino.
Esperanza se incorporó y entró en su habitación.
Entonces me di cuenta. ¡Su habitación! Habitaban la casa juntos pero vivían y dormían en habitaciones separadas... Definitivamente, no eran lo que aparentaban.
"Ven un momento, Sergio", dijo ella.
"¿Qué?, ¿Qué pasa?"
"Ven, por favor", dijo, sentándose en la cama.
"¿Qué pasa ahora?", insistió Sergio desde la cocina. Me dejó el vaso de ron delante de mí y entró en la habitación con su novia. Le di un buen trago. Uno bien largo.
Ella se mantuvo en silencio un instante y luego se levantó, se acercó, me dijo discúlpanos un momento, por favor, y cerró la puerta.
Y allí me quedé yo, sentado en el sofá, con mi nuevo ron-cola a medio acabar, solo, mirando la puerta de la habitación de Esperanza sin la debida cara de circunstancia porque, la verdad, me la pelaba bastante. No mentiré diciendo que no me daba curiosidad saber el motivo de aquel repentino pronto. Pensé varias teorías y mi favorita fue que Espe se había ido dando cuenta poco a poco que Sergio era gilipollas y que aquella revelación había hecho bastante más difícil la conviviencia, provocando tensiones en la vida diaria que se saldaban de vez en cuando con peleas cada vez más gordas. Probablemente había discutido aquella misma tarde y esperanza aún andaba resentida, por lo que habría interpretado la ligereza de Sergio al usar la palabra "problemas" como un ataque hacia la seriedad con la que ella se estaba tomando todo el asunto.
Pero vamos, que esa era una de mis teorías.
Igual a la chica le había dado un calentón y necesitaba un polvo rápido.
Di un sorbo al ron y me recliné, observándo la sala una vez más.
Desde el cuarto no se oía nada; era imposible adivinar si estaban discutiendo u otra actividad aún más pornográfica, así que me sentí un poco incómodo. Me levanté y me asomé por el gran ventanal que daba a la Sevilla de 1925. ¿Qué hora era? Las tres. Ni un alma en la calle. Estarían todas rezando en la Alfalfa o en la Alameda. Me pregunté que estarían haciendo Paul, Thomas y Catulo, pero me fue imposible sacar una ínfima conclusión. Lo más que llegaba era a vérmelos con vasos largos en la mano, con la espalda apoyada en alguna pared poco transitada, contándose historias increíbles y escondiendo la bebida a cada paso de la patrulla de la policía. Me imaginé a Marcos poniéndole una multa a Paul Auster.
"... porque eres un imbécil", oí de pronto.
Vale. Estaban discutiendo.
Las palabras fueron subiendo de tono y volumen hasta que pude escuchar perfectamente los gritos e insultos que se regalaban el uno al otro. Qué lindo todo.
Si hay algo de lo que se puede estar seguro en esta vida es que las apariencias engañan. Sí o sí.
Decidí que era el momento de marcharse. Estaba harto de estar allí y, francamente, intuía que nunca volvería a ver a estos dos, así que no me iba a quedar esperando que terminaran con su discusión marital (que terminaría en divorcio, seguramente), pero tampoco había necesidad de ser descortés. Cogí un papel y un boli de Cajasol y escribí una pequeña nota:

Ha sido un placer veros (a pesar de todo) y recordar tiempos afortunadamente pasados. Si nos vemos en otra vida, os invito a los dos roncolas que os debo. 

Sergio, pese a que has dicho algunas cosas sabias esta noche, eres un capullo y acabo de recordar que en el instituto me caías desproporcionadamente mal. No olvido, sin embargo, tus palabras. 

Espe, eres buena chica, pero serías la leche (y quizás más libre) si no fueras tan políticamente correcta.

Un abrazo.

Apuré el vaso (pensando que hubo una época en mi vida en la que ni se me hubiera ocurrido escribir algo semejante), lo dejé en el fregadero y salí sin hacer mucho ruido. Me hacía gracia largarme en plan ninja y dejarles discutir con la incómoda sensación de que había alguien allí con ellos.
Salí a la calle con la sensación de haberme quitado un peso de encima. El aire me parecía más limpio y estaba extrañamente activo, con ganas de hacer algo, así que saqué el móvil para llamar a Paul y unirme a la fiesta decadente de escritores molones que debía haber por algún rincón del casco antiguo.
Tenía tal sensación de paz espiritual que no me molestó para nada ver que me había quedado sin batería en el móvil y que no podría localizar a mi colega. Ni siquiera al darme cuenta que estaba a una hora andando de mi casa y que no tenía transporte.
Bueno, vale. Un poco sí que me picó.
"Bah".
Me encogí de hombros y me puse a caminar calle arriba, en dirección a mi dulce, dulce hogar. La noche estaba exquisita y el paseo se me fue haciendo idílico por momentos. Me gustaba aquello. El momento, yo y el paisaje urbano. No creo que haga falta decir cuan bella es Sevilla cuando duerme. Como todas las chicas guapas.

No encendí el Ipod.
Me apetecía estar en silencio.


fin